Tobias
Brooklyn me recibe con lluvia, altos edificios y un tráfico que logra atosigarme en menos de diez minutos. Las luces de los bares y de algunos restaurantes logran resaltar cada calle por la que paso en camino al hotel.
El aroma a petricor logra despertarme así como el sonido de las bocinas de los autos detrás mío. Me tallo los ojos, cansados, con una sola mano; la otra se mantiene firme en el volante. Suspiro con alivio cuando veo la luz colocarse en verde y el avance de los vehículos me permite dar vuelta en la siguiente calle, dónde me hospedaré los siguientes tres días.
Dejo el auto frente al imponente e iluminado edificio, entregándole las llaves al chico responsable de colocarlo en el estacionamiento: con maleta en mano me dirijo a recepción, donde una chica de corta edad me recibe antes de cuestionar sobre mi estadía.
Con voz vacía, monótona y tranquila le respondo, firmando las responsivas necesarias para estos días; mientras relleno los números a los que pueden marcar en caso de emergencia el recuerdo opaco de mi mujer me ciega, lanzando a través de mis venas pequeñas corrientes eléctricas que causan que mi piel se contraiga con escalofríos, el estómago se me hace un nudo y a fin de cuentas escribo su número, sin olvidar indicar que es mi esposa.
Después de unos minutos, me entregan las llaves de mi cuarto, el cual se encuentra en el segundo piso: mi claustrofobia lo agradece. Una vez encuentro la habitación deslizo la tarjeta de acceso sobre el lector, quien con un suave pitido me permite la entrada.
Iluminación tenue, cama individual y un baño chico a un costado: nada del otro mundo. Arrumbo mi maleta a un lado del único buró, dejando mi anatomía caer sobre el colchón que absorbe todo mi cansancio, pero la almohada no ayuda a calmar la perturbación de mi mente.
Antes de que sea capaz de ser consciente de mi sentir, las lágrimas comienzan a escapar de la comisura de mis ojos, rodeando mis sienes para caer con incomodidad sobre mis oídos. Exhalo, totalmente alterado internamente, antes de comenzar a sollozar sin control. Siento mi rostro contraerse ante mi llanto, arder ante la temperatura y humedecerse con el agua salada; el pecho me punza con cada sollozo que libero, muero mi mano para evitar ser tan escandaloso, pero todo en mi interior grita por un alivio, lo anhela.
Mis pestañas se humedecen mientras me retiro aquella fachada de hombre fuerte y seguro, cubro mi rostro con las manos, apenado. Aprieto la mandíbula: Tris menciona que es mi gesto más común cuando estoy frustrado y creo que esa mujer tiene toda la razón del mundo.
También tiene todo mi amor.
Saber el como la he dejado en casa me llena de culpa, aunque parte de mi me recuerda que ha sido por sentimientos que no he querido desahogar con ella. Ahora me siento tan frágil como ella, mis barreras caen una a una y entre agua salada intento definir que es lo que me tiene tan agobiado: busco vertientes como lo son Annie, mi padre, mi esposa, la muerte de mi madre, pero es que no encuentro una sola bajo la cual pueda excusar que mi miedo deriva de un pequeño ser que todavía no está con nosotros.
Río al notar la ironía entre todo esto, me limpio las mejillas, recordando las tantas veces que hablé con mi esposa el tema de un segundo hijo. Ahora el pensarlo nubla mi mente, con felicidad y cobardía mezcladas en una retorcida cortina de humo.
Lo sucedido en los últimos meses me ha dejado claro que el peligro es algo que no podemos detener: está en todas partes. Eso mismo me hace cuestionar el que tan seguro es criar a otro pequeño bebé con este oscuro pasado que entre mi mujer y yo cargamos: no pudimos... o mejor dicho, no pude resguardar a mi princesa de los fantasmas que me atormentaban, ¿qué espero ahora? Todas las inseguridades derivan en que no seré capaz de hacerlo con este nuevo miembro, que ha sido suficiente con las consecuencias reflejadas en la menor de los Eaton.
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Entre tus brazos (Divergente) (VPT2)
Fanfiction[Segunda parte de "Vivir por ti (Divergente)"]