Prólogo B

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Como todas las mañanas, me levanté más temprano que toda mi familia para poder abrir la panadería temprano, ya que los clientes desde temprano se encontraban esperando a que abriéramos las puertas. Mi padre era un panadero reconocido, algunas veces llegaban los hacendados a encargar pedidos grandes, y bueno, no es por exagerar, pero incluso a mí me encantaban los panes dulces que él preparaban. 

Antes de abrir las ventanas y la puerta, encendí el toca discos y coloqué una pista de ópera que me habían regalado para mi cumpleaños. Me encantaba cantar, de hecho, trabajaba como cantante por las noches en un bar, pero muy pocas personas sabían que se trataba de mí, ya que ocupaba un antifaz y peluca. Tal y como pensé, ya habían personas esperando. 

Se trataba de una señora que había venido a comprar 10 panes dulces iguales. A veces los pedidos de las personas eran muy extraños.  Cuando ella se fue, tomé una escoba para comenzar a limpiar más el lugar. 

--Oh Dios mío, no por favor --rodé los ojos al darme cuenta de la grosería que acababan de hacernos. 

En una de las ventanas habían pegado un anuncio de la visita mensual de los príncipes al pueblo. Suspiré. Esos niños engreídos solamente lo hacen para que los medios los tengan en buen concepto, pero ni ellos se creen lo que hacen. Salí para poder despegar el anunció y ahí, pude escuchar la conversación de dos muchachas.

--¿Escuchaste? El príncipe Murat regresó y aún no ha encontrado a su mate. --Una de ellas le comentó a la otra como si fuera un chisme súper importante. 

--No puede ser, ¿en serio? Eso es genial. Dicen igual que por eso harán tan grande esta visita, para ver si él la encuentra entre nosotras.

Reí para mí, eso era muy estúpido. Solamente encontrabas eso en las historias de cuentos de hadas y de las que escribes en secreto para justificar tu falsa esperanza de volverte rica de la noche para la mañana, digo, me han contado. Quité el anuncio y regresé dentro. Otra persona entró a comprar, así que dejé el anuncio detrás del mostrador. 

Después de que la persona se fue, regresé a observar el anuncio, en él, había una fotografía del príncipe. No podía negar que era muy guapo, tenía unos ojos muy hermoso, eran como esmeraldas, y su cabello ébano hacia un bello contraste con su blanca piel; también decían que era aún más hermoso en persona, y que tenía unos modales hermosos con las mujeres, y que...

--¡NO TÚ! --la voz de mi estúpido hermano interrumpió mis pensamientos.

--¡Qué carajos te pasa! 

--¡Qué carajos te pasa a tí! Estás como todas las otras, incluida nuestra hermanita, todas locas por ese niño rico. 

--¿YO? ¡Já! No soy de esas.

--Sí, claro, estaban mirando como estúpida la fotografía que aún tienes en tu mano.

Mierda. Era cierto, sí tenía el anuncio. Rápidamente lo arrugué y lo aventé a la basura. 

--Jamás lo creí de tí, enana. 

--Cállate, además.  Todas esas mujeres solo lo quieren por su rostro, ¿Quién podría enamorarse de un niño tan carita? No está en mis gustos.

Indignada, abandoné la habitación. 

El príncipe Murat.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora