KEITO

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-Y dime... ¿Cómo estás? – Preguntó Keito, al tiempo que se llevaba su taza de té a los labios. Por fin se había decidido ir a visitar a su amiga.

-¿Cómo estoy? – Akiko lo miró sin comprender. – Después de tres años, tú... ¿preguntas como estoy? – Preguntó ofendida, consiguiendo que  Keito se sintiera culpable.

-Lo siento yo...- Intentó disculparse.

-No lo sientas, Okamoto...- Dijo de manera fría.


Así era ella, cuando quería poder ser hiriente y en cuestión de segundos cambiar de la nada, volviéndose una persona muy dulce. Cosa que a Keito le había llamado la atención cuando la conoció. ¿Le gustaba? Probablemente no, o tal vez sí. Nunca se atrevió a pensar más allá de una amistad con ella, pues sabía que era una persona cambiante y ahorita podría estar en Japón tomando té como si nada y en la noche podría estar en Corea divirtiéndose y bailando hasta morir.


-Realmente no sé por qué me preocupe por ti... - Soltó Akiko, quien pasaba distraídamente la punta de los dedos sobre el borde de su taza. – Digo... se ve que tú ni siquiera pensaste en mí.

-¡ESO ES MENTIRA!- Gritó Keito, haciendo pegar un brinco a Akiko, quien lo miró fijamente. – Deja de decir tonterías por favor...

-¿Por qué no me buscaste? – Su tono sonó más dolido de lo que pretendía.

-Porqué... porqué yo... porque...- Keito no soportó la presión y salió corriendo.

Akiko pagó la cuenta dejando algunos billetes sobre la mesa, y corrió tras el chico.


-¡¿Por qué tu no qué?! – le preguntó a pleno grito a mitad de la calle cuando lo alcanzó.

-Nada... - continuó caminando.

-¡Cobarde! – Akiko contuvo las ganas de llorar, pero le fue imposible al ver que Keito daba media vuelta y dio cuatro zancadas para ponerse justamente delante de ella.

-¡No soy ningún cobarde! – acercó su rostro al de la chica, pero en ningún momento bajó la voz. -¡Tú me gustabas! –La mirada de ellos se conectó y no se soltaron. - ¡Tú me gustas y creo que siempre me gustaras! – Y sin decir más, la beso. Un beso salado debido a las lágrimas de aquellos dos tontos que se habían negado a decirse lo que sentían, lo que querían por miedo a que fueran rechazados.

-Nunca vuelvas a llamarme Okamoto... - Le ordenó Keito, haciendo sonreír a la chica.

-¿Entonces cómo debo llamarte? – preguntó con una sonrisa tímida.

-Novio... sería una buena opción. – Ambos sonrieron y comenzaron a caminar tomados de la mano, dejando que la calle, las luces y el atardecer fueran testigos del amor que se tenían y que por fin podían presumirle a todo el mundo.

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