YABU

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La luz del departamento era poca, había instalado recientemente un controlador para nivelar la intensidad y él había elegido poner los focos en una luz tenue.


-Siéntate...- Dijo aquello señalando el sofá, ella lo obedeció con cierta timidez.

-Yabu... tenemos que hablar... - Cho nunca había dudado al hacer o decir algo en su vida, pero aquel día sentía miedo de lo que podría decirle a Yabu.

-Te escucho...- Yabu se mantenía serio, frió y un poco distante. Sirvió el café en dos pequeñas tazas y colocó una delante de la chica.

-Voy a renunciar...- Dijo en un tono tan bajito, que a Yabu le costó mucho poderlo escuchar.

-¿Por qué? – preguntó indiferente.

-Yo...

-¿Es por ese tipo con el que te vi saliendo de la tienda de discos? – dijo aquello sin pensarlo.

-¿Qué?- Cho estaba confundida.

- Cho yo...

-No es por nadie... realmente es por tu culpa por la que quiero renunciar. – Soltó lo que su corazón tanto callaba.- Me gustas... me encantas, me he enamorado de ti y ya no quiero seguir trabajando contigo, ya no quiero que me sigas viendo como una más de tus empleadas, contrata a alguien más y déjame irme a...- no pudo terminar su discurso, pues los labios de Yabu se pegaron a los suyos dando un suave y delicado beso.


Aquello no se lo esperaba, siempre había pensado que cuando le dijera a Yabu de sus sentimientos éste la rechazaría y la trataría como a una niña, pero estaba equivocada, en aquel beso, Yabu le demostró que para él, ella era la mujer más hermosa del mundo.

-No hay cosa que no me guste de ti... me gusta tu forma de ser, tus ojos, tus labios e incluso esas curiosas perforaciones que tienes...- dijo dándole pequeños besos en el rostro.

-Yo pensé que estabas enamorado de...

-¿Por qué? – preguntó, interrumpiendo a la chica que rodeaba con sus brazos.

-Porque es linda, tierna... femenina. Cosa que yo no...

-Tú eres hermosa, ya te lo he dicho. – Yabu apretó los brazos en torno al cuerpo de su nueva novia. 

-Te quiero...

-Yo te quiero a ti. – Y diciendo aquello, ambos se quedaron abrazados.


En el sofá en donde se encontraban, vieron como amanecía.  Desde aquelentonces, ellos se hicieron la promesa de siempre cuidarse, pero sobre todo de amarse ynunca engañarse...


 Él lo sabía y ella lo sabía. 

Ambos se amaban y estaban dispuestos a luchar por su relación.    

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