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Qué es Londres sin ti.

dentro del agua. 21 de febrero de 2014. 21:44. Tailandia.

La noche había caído cuando Jahan paró la furgoneta. - Rubito, despierta.

- Joder.

Tocó su cuello, adolorido por la irremediable mala posición. Estaba acostumbrado a dormir viajando, pero en otras ocasiones, había tenido el hombro de su novio para apoyarse. Suspiró, saliendo del vehículo. El ambiente estaba completamente cargado. El calor, los gritos y la cantidad de gente inundaban el cuerpo de cualquier persona que llegara a ese, y básicamente a cualquier punto del país desde que la ola había llegado.

- Supongo que las listas estarán a la entrada. ¿Necesitas que vaya contigo?

Siempre lo preguntaba. Y Raoul siempre decía que sí. Porque, y si Agoney estaba en las listas. Y si sí que estaba en el hospital. ¿Quién contendría sus ganas de apartar a todo el mundo de su camino hasta llegar a su lado? Porque, y si Agoney estaba en la otra lista. ¿Quién callaría sus alaridos? ¿Quién sostendría sus cuerpo antes de caer? ¿Quién le vería abrir aterrorizado las bolsas de cadáveres? Y si.

Sin embargo, aquella vez no sintió la necesidad de tener al moreno a su lado. Algo le decía que aquella vez no haría falta. 

- No. No te preocupes, espérame aquí. 

- Si descubres algo acuérdate de mí antes de salir corriendo.

Una pequeña sonrisa apareció en el rostro del rubio, quién asintió, aunque ambos sabían que el más mínimo susurro o señal le alterarían tanto que no se acordaría del conductor hasta que tuviera que viajar de vuelta al aeropuerto.

Giró en torno a la furgoneta, abriendo la parte trasera de la misma y sacando una de las camisas que Jahan le había dado. Retiró su camiseta, gimiendo de dolor cuando la tela rozó sus heridas. Se colocó la nueva prenda y cogió la linterna que el guía le tendía.

- Vas a necesitarla si quieres encontrar su nombre.

- Tardaré poco. - le dijo por último, empezando a caminar hacia el barullo.

- ¡Nunca tengo prisa! - le escuchó gritar desde la distancia.

Las pocas facilidades con las que contaban los hospitales tailandeses de por sí habían obligado a la gente a crear extensiones de estos, montando con los escombros del desastre pequeñas asentaciones en las que personas de todo tipo luchaban por su vida. 

Los hospitales eran el punto de encuentro por excelencia de las familias que habían sido separadas, y aquello era algo que había aprendido siendo testigo en primera fila de hijos saltando a los brazos de sus progenitores, o de parejas, que entre sangre, sudor y lágrimas se besaban apasionadamente, ansiosos de encontrar en los labios ajenos el alivio al tormento que habían pasado.

Intentaba no fantasear en demasía, porque sabía que hacerse ilusiones en semejante situación era una de las peores cosas que podría hacer. Pero qué le iba a hacer, si cada vez que sus ojos se cerraban cuando se permitía a sí mismo descansar unos instantes, la imagen de un Agoney sonriente atacaba su mente. No podía evitar imaginarse a sí mismo saltando a sus brazos, a su refugio, besando sus labios con ansia y llorando juntos las lágrimas suficientes como para que el agua les arrastrara de nuevo.

Raoul sabía que no podría soportar verle agonizando en una de las tiendas que poco iba dejando atrás mientras se acercaba la entrada. Sabía que la imagen de su novio marchándose poco a poco sería algo que no podría mirar. No sería capaz de ver cómo la vida del canario se le escurría entre las manos.

Under the water ; RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora