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dentro del agua. 28 de febrero de 2024. 12:32. Tailandia.

Hay momentos que se recuerdan. Que se quedan grabados en la piel para siempre, inamovibles, intocables. Que quedan enterrados bajo la dermis, formando, al fin y al cabo, parte del propio cuerpo.

Raoul tiene tatuados varios momentos. El primer partido de su hermano, algún cumpleaños de su madre, su primer beso. Todo lo que le prometió a Agoney en el mirador de Adeje. El tres de marzo. Su propia libertad.

A Agoney. Tiene marcado a Agoney en cada centímetro de su piel, metido hasta la médula.

- ¿Marina?

- Raoul.

Y aquella tarde, con el sol brillando sobre el asfalto, el ruido constante de la gente, el olor oxidado de la sangre, y la cabeza rapada de Marina; también queda grabada. Se entierra en sus músculos y le llega al alma.

- Marina, joder, Marina. - dice, paralizado ante la inesperada presencia de la joven. - Ven aquí.

La envuelve con sus doloridos brazos, apretándola contra su propio cuerpo y sintiendo sus ojos llenos de lágrimas al encontrar en la sevillana la familiaridad de España, el olor al hogar que, en ese momento, parece más lejano que nunca.

Había llegado al hospital arrastrando los pies, carente de esperanzas y fuerzas. Pero, ¿cómo se podía ser fuerte allí? ¿Cómo se podían mantener las esperanzas?

Caminaba rodeado de la muerte. Los servicios sociales hacían más bien poco, y las decenas de cadáveres que se habían amontonado en los primeros días seguían abandonados dentro de bolsas de plástico, ahora agujereadas por los insectos. Las infecciones y enfermedades se extendían entre la suciedad de los hospitales, o el agua, y todo aquello se combinaba con una escasez de alimentos y medicamentos incontrolable, que sólo empeoraba la posición de un gobierno que se caía a pedazos.

Su respiración se había cortado al no encontrar el nombre de Agoney en la lista de ingresados. Había girado sobre sus talones y vuelto sobre sus propios pasos incapaz de mirar la lista de fallecidos, con el miedo apoderándose de todas y cada una de las células de su cuerpo. Pretendía volver a la furgoneta y suplicarle a Jahan que leyera la lista por él, como si de alguna manera aquello fuera a disminuir el golpe de la muerte del moreno.

Y caminando con el corazón en la garganta y sintiendo los primeros pinchazos de dolor, los primeros atisbos de la pérdida, la había encontrado allí. Parada en mitad de un caudal imparable de gente, mirando al sol.

- ¿Estás bien? - preguntó, separándose de ella. - ¿Qué haces aquí aún?

- ¿Qué haces tú aquí?

Compartían la misma razón, pero las respuestas no fueron contestadas. La joven miró más allá del catalán, abriendo los ojos como platos al distinguir una figura detrás de él.

- ¿Marina? Creía que estabas muerta, joder.

- No os váis a librar de mí tan fácilmente, cabrones. - sonrió entre lágrimas, aferrándose al torso de Alfred.

Raoul les observó mientras se fundían en una unión que pocos podrían entender, con la respiración contenida y un amago de sonrisa en su rostro.

Una imagen llegó a su mente, oscureciendo su perspectiva. Si el nombre de su novio estaba en la lista que no se había atrevido a leer, las dos personas que se abrazaban felices iban a tener que sostenerle. No soportaba la idea. No podía soportarla.

- ¿Estás bien? - preguntó, separándose y mirando el cuerpo de Alfred, en busca de alguna herida demasiado grave como para estar lejos de un médico.

Under the water ; RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora