Epílogo

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egoísmo.
perdón.
cura.

inmarcesible: que no puede marchitarse.

fuera del agua. 24 de abril de 2024. 00.44. Barcelona.

-¿Qué le dijiste a mi hermano cuando murió mi padre?

- ¿Qué?

La ligera brisa nocturna azotaba sus cabellos. El olor a campo inundaba sus fosas nasales, dando tal vez unos ápices de vida a sus cuerpos derrotados, asesinados brutalmente por el dolor de la pérdida. El vacío que sentían agujereaba sus abrigos y su piel, dejando que el frío calara sus huesos y enfriara sus manos, ya temblorosas de por sí.

Las estrellas iluminaban sus rostros cansados y sus cuerpos encajaban sobre el césped del claro. Habían acabado juntándose el uno al otro, buscando calor y consuelo ajeno. Sabían que se necesitaban, que tenían que sostenerse porque eran los únicos sometidos a tanto dolor. Si años atrás les hubieran contado que acabarían hechos un nudo de brazos, piernas, caricias y lágrimas, jamás lo habrían creído. Pero era real. 

Tan real como la inmensidad del cielo, como la humedad del suelo sobre el que descansaban y como el murmuro de los ruidos ensordecedores de la cuidad, que quedaba más bien lejos en aquella colina. Tan real como el dolor, la pérdida y la batalla interna que compartían irremediablemente, tan real como la usencia y como la carencia. 

- ¿Qué le dijiste a mi hermano cuando murió mi padre? - repitió.

- No lo recuerdo bien. Tampoco le dije mucho. 

- Raoul fue el único capaz de superarlo, y fue gracias a ti. ¿Qué hiciste?

- No tuve que hacer nada, Álvaro. Sólo le abrazaba. - suspiró, sintiendo los recuerdos inundando todos y cada uno de los centímetros de su piel. - Le abrazaba fuerte y no le soltaba hasta que él lo pidiese. A veces los actos y la cercanía valen mucho más que las palabras de falsa esperanza.

- ¿Puedes abrazarme a mí?

Se sentía patético, desnudo ante la persona que debería odiarle, pero que sin embargo, estaba compartiendo la terrorífica noche oscura con él, tendiéndole todo el cariño que su vacío cuerpo era aún capaz de fabricar. Empezaba a entender por qué Raoul se había enamorado de aquel hombre. La forma en la que hablaba de la vida, sus miradas comprensivas y aquel pequeño no se qué que hacía de Agoney un refugio, un lugar para escapar.

- Ya te estoy abrazando.

- Más fuerte.

Súplica. 

Podría haberse imaginado muchísimas cosas reflejadas en el azul de los ojos del mayor de los Vázquez, pero jamás una súplica tan angustiosa como la que vio aquella noche. A pesar del ruido del rencor haciendo eco en su cabeza, no lo dudó ni un segundo. Le estrechó entre sus brazos con toda la fuerza que fue capaz de reunir, aferrándose a él como un moribundo se aferra a la vida. Juntándose más el uno con el otro, como si las partes de sus ahora rotas almas pudiesen encajar formando sólo una. 

Los sollozos del mayor inundaron sus oídos y a Agoney se le cayó el alma a los pies. Sintió como los llantos del hombre rompían su piel e inundaban su cuerpo, proporcionándole una desagradable sensación. Suspiró pesadamente, apretándole aún más contra su pecho y siendo consciente de que probablemente, aquella era la primera vez en la que Álvaro estaba acompañado cuando se rompía. Dejó que llorase todo lo que necesitó. No podría negarle aquello, él no.

Tal vez, algún día podría perdonarle. No era algo seguro, sólo una pequeña posibilidad que con el paso de los años se haría más notoria. Pero de momento no lo había hecho, y debía dejar el rencor de lado cuando la luna brillaba y se sostenían el uno al otro. Se encontraban en el mismo claro en donde más de una vez Raoul y Agoney habían pasado sus horas nocturnas, donde se habían confesado todo lo que sus pechos guardaban bajo llave y donde Raoul había gritado, desgarrando su garganta, tras la muerte de su padre.

Under the water ; RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora