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fuera del agua. 23 de noviembre de 2023. 4:56. Nueva York. 

La nieve caía, mojando el pavimento y cubriéndolo con una fina capa resbaladiza. Sobre esta, eran reflejadas las luces de la ciudad, e incluso, si llegaras a fijarte con cautela, alguna de las estrellas que aquella noche habían salido a patrullar las frías calles. El tráfico se amontonaba y dificultaba los paseos, pero una vez caída la noche, éste disminuía y hacía de las horas de madrugada las mejores para caminar sin rumbo.

Agoney había tardado poco en vestirse. Una camiseta negra, del mismo color que sus pantalones y botas, la chaqueta que tantas veces había repetido y la bufanda que una vez había sido de Raoul, pero que nunca había vuelto a su armario.

- Vamos, rubio, que nos dan las uvas. - dijo cansado de esperarle, apoyado en el marco de la puerta.

- Joder Ago, que ya voy. - contestó saliendo del baño sacudiendo su pelo. Una sonrisa se formó en el rostro del canario al comprobar que no había rastro de productos en su cabello. Se le quedó mirando, por que sí, porque podía, porque allí, vestido con unos vaqueros, una camisa y una chupa de cuero, estaba jodidamente perfecto. - ¿Qué?

El canario sacudió la cabeza, incapaz de mantener su sonrisa oculta un sólo segundo más. - Vamos.

Dejaron atrás el hotel, caminando despacio, sin necesidad alguna de apresurarse. Como si de alguna manera, el ir más despacio alargara un poquito más aquella escapada. Como si cada paso ralentizado les regalara un par de horas más, un par de besos, alguna que otra caricia y otra visita al Edén.

A la mañana siguiente cogerían dos vuelos distintos. Alejándose de nuevo, y luchando contra la distancia una vez más. La misma que les había separado cuando Agoney aún vivía en Canarias, lo hacía ahora, obligando al catalán a volver a España, lejos del próximo destino de la gira mundial de su novio.

Así que avanzaron a pasos cortos y lentos. Recreándose en las curvas, parándose más tiempo del necesario antes de cruzar la calle, entrelazando sus dedos con una inseguridad fingida, en busca del roce previo. Mirándose a los ojos con todo el cariño que eran capaces de exteriorizar, robándose pequeños besos cortos y toques de labios como si volvieran a ser un par de adolescentes temerosos ante la reacción ajena.

Amándose, como llevaban haciendo años, y como lo harían en los que les quedaba de vida.  Siendo completamente libres en la oscuridad de la noche, protegidos del mundo por unas cuantas horas.

Ni siquiera el más intenso artista hubiera sabido leer del todo aquel momento. Porque sí, era bonito ver a dos chicos enamorados hasta las trancas tropezando con sus propios pies y  alterando el silencio con sus carcajadas y sus risas tontas. Pero nadie, más que ellos mismos, llegaría ver nunca la belleza del brillo en los ojos de Agoney, o las luces de la cuidad reflejadas sobre las pupilas de Raoul.

dentro del agua. 24 de febrero de 2024. 23:32. Tailandia.

- ¿Cómo crees que estarán los demás?

La pregunta rompió el silencio de la furgoneta. Jahan negociaba para conseguir un poco de gasolina bajo la atenta mirada de los dos catalanes, que le esperaban dentro del vehículo, casi incapaces de andar. Las heridas parecían abrirse, un poquito más a cada movimiento. La esperanza y la fe se agotaban de manera irremediable, el aliento les faltaba y las ganas de volver a casa a llorar las pérdidas y celebrar - como pudieran - su supervivencia, empezaban a superarles.

Raoul miró a su amigo por unos instantes antes de contestar la pregunta. 

- No lo sé. - dijo - Pero si están bien, están en casa.

- Nosotros no estamos en casa. 

- Nosotros no estamos bien.

El sol caía antes de que la noche llegara. Solían parar la furgoneta en el andén de la carretera, encender una pequeña hoguera y hablar hasta que el sueño les pesara demasiado. Cuando Jahan había propuesto aquello en su primera noche juntos, Raoul le miró como si estuviera loco.

Under the water ; RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora