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dentro del agua. 1 de marzo de 2024. 01:24. Barcelona.

La casa de los Vázquez solía rebosar luz. Si bien la casa de pequeña tenía poco, la alegría que desprendían aquellos que vivían en ella era más que suficiente para llenar cada rincón con luminosidad. Las risas flotaban en el aire que compartían y la complicidad era perceptible para cualquiera que visitara a la familia catalana.

Sin embargo, algo había cambiado. La luz había sido sustituida por la más pura oscuridad, por el cansancio y por un miedo irremediable causado por una necesidad no saciada de nuevas noticias. Las risas habían quedado atrás y habían dejado paso a los llantos, a los susurros, a los deseos no pronunciados en voz alta e incluso, cuando la noche entraba de lleno, a los rezos.

Sólo Álvaro sabría cuántas veces había recurrido a aquellas oraciones en las que no creía, intentando de alguna manera solucionar algo. Y es que, joder. La impotencia se hacía cada día mayor, le mataba por dentro, quitándole el aire y las fuerzas.

Sabía que su hermano estaba en aquel destrozado país dejándose la piel para buscar a Agoney, de quién aún no sabían nada. Quería convencerse a sí mismo de que Raoul llegaría a casa, y que su búsqueda tendría como resultado muchos años más junto al canario. Quería convencerse a sí mismo porque no podría soportar tener que ir a buscarle al aeropuerto sólo a él. No soportaría perder a Agoney, y sobretodo, no soportaba la idea de Raoul perdiendo a Agoney.

Suspiró con fuerza, sintiendo el escozor de las lágrimas contra sus ojos. Frotó sus párpados, apretando el puente de su nariz como si el gesto pudiera calmar la angustia que se había instalado en su cuerpo, y que no parecía tener intención de marcharse.

El salón estaba oscuro, nadie había tenido fuerzas para levantar las persianas desde hacía cuatro días y podía imaginarse que estarían igual durante bastantes más. Glenda dormitaba sobre su pecho, y no pensaba despertarla. La joven llevaba días enteros sin dormir en condiciones, y si sus ojos se habían cerrado por fin no pensaba interrumpir su merecido descanso.

La observó con cariño. Antes de todo aquello, la había conocido pero sabía realmente poco de ella. Después de dos semanas alojada en su casa por insistencia de su madre ante la posible aparición de Agoney, podía decir que se había quedado totalmente prendado de su personalidad y su fuerza. A pesar de que podría estar subiéndose por las paredes ante el paradero desconocido de su hermano, había mantenido la calma, en sí misma y en todos aquellos que la rodeaban. Y Álvaro no tenía un pelo de tonto, era consciente de que el sentimiento que empezaba a florecer entre ellos era más que admiración mutua; pero no pensaban dar un paso infalso en aquella situación. No podían darlo. Se seguirían sosteniendo el uno al otro, apoyando cuerpo con cuerpo y evitando la caída contraria, hasta que aquel infierno finalizara. Después, que viniera lo que tuviera que venir.

La puerta principal se abrió, dejando paso a Sam. Su cara sonrojada y el temblor de sus brazos eran sólo las señales que indicaban que el frío estaba dando de lleno en la ciudad. Colgó su abrigo, ahora mojado por la lluvia, en una de las sillas del comedor y se acercó a los dos adultos, dejándose caer sobre el otro lado del amplio sofá. Dejó que el aire saliera de sus labios con rapidez, y cuando se calmó, el futbolista habló.

- ¿Dónde estabas? - preguntó en un susurro.

- He ido al hospital. - se levantó de nuevo, incorporándose y mirándole directamente.

- ¿Qué tal está Mimi?

- Le dan el alta mañana. - rascó su cabeza, nervioso y alterado. La situación le sobrepasaba por completo. Rozó la piel de su cuello con  la punta de sus dedos y alzó sus ojos ante el azul de Álvaro. - No he sido capaz de decírselo.

Under the water ; RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora