- Si te lo digo es porque ya no puedo más. Me va a volver loca.
Billie es la responsable de todo el servicio en la casa. Ha trabajado desde los dieciséis aquí, y ya ronda los cuarenta. Tiene cuatro hijos y un marido algo excéntrico, entrenador de fútbol. Me gustaría poder decir que no me la creo, pero la verdad es que sí.
- Jimena es un poco difícil a veces – digo.
- No, León. Difícil es tu abuelo. Esa señorita, por llamarla de alguna forma, es imposible.
Me sirve una taza de café. Estamos sentados uno frente a otro en la mesa de la cocina. Se ha asegurado de cerrar las puertas y ventanas antes de transmitirme sus quejas; Billie es una mujer muy profesional y jamás permitiría que la histeria y los cuchicheos se propagaran entre el servicio.
- Yo jamás voy a cuestionar nada; a mí me pagáis para que trabaje, punto. Pero tal vez deberías plantearte el dejar que se vaya.
- No puedo hacer eso.
Billie no me pregunta nada más. Cualquier otra persona lo habría hecho, pero ella no. Si ha pasado tantos años trabajando aquí es porque sabe ser discreta.
- Tienes que buscar a alguien que se ocupe de ella. Yo no puedo, no puedo. Y el resto tampoco. Julia se ha pedido vacaciones por adelantado, fíjate.
- Voy a hablar con ella.
"Si es que me deja, claro". Está bien que Jimena me putee a mí, pero no al servicio. Y lo cierto es que lo que han sufrido ellos no es ni la mitad de lo que he sufrido yo estas dos semanas. Me esconde las cosas, hace las paces conmigo para arremeter de nuevo contra mí, me despierta por las noches con excusas tontas y no me deja comer. La última trastada ha sido resetearme el móvil. Casi pierdo la poca paciencia que me queda. Casi.
Hugo, Brad y Erik me han dicho que tengo que hacer algo, porque me va a volver más loco de lo que estoy, y creo que tienen razón. Estoy irritable, malhumorado y horriblemente enfadado. Lo peor es que no lo estoy por las putadas, sino por su actitud distante conmigo.
Subo a su habitación y la encuentro sentada en el diván, las piernas cruzadas y los ojos cerrados, la espalda erguida. Lleva todavía el pijama a pesar de ser casi las doce del mediodía.
- Jimena – la llamo.
- Vete.
- Necesito hablar contigo.
- Estoy meditando.
- Eso puedo esperar. Esto no.
Ella me ignora. Inspiro, me siento frente a ella, en la cama, y espero pacientemente. Jimena termina cediendo ante mi mirada insistente y abre los ojos. Por un momento olvido lo que le iba a decir.
- No puedes molestar al personal.
- Sí que puedo.
- Estás enfadada conmigo, no con ellos.
- Claro que no estoy enfadada con ellos, pero seguro que van a quejarse a ti. Son daños colaterales.
Endurezco la voz y la expresión. Ella siente mi tensión.
- Te prohíbo que vuelvas a molestar a los empleados.
- ¿Y quién eres tú para prohibirme a mí nada?
- El dueño de la casa.
- Pues échame si tanto te molesta.
Me inclino levemente hacia ella, y Jimena echa la espalda hacia atrás de forma instintiva.
- Deja de putear a mi gente. Esas personas han estado trabajando aquí casi doce horas al día durante cerca de veinte años. Es la última vez que te lo digo. Puede que sea muy paciente cuando se trata de mí, pero mis trabajadores son otra cosa.
ESTÁS LEYENDO
León
Action«Papá dice que León me hará daño. Puede que tenga razón». Obra registrada en Safe Creative. Prohibida su adaptación o copia.