Capítulo dieciocho: Dos amantes y una sentencia de muerte

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Cuando llego a la urbanización y aparco, el silencio me da algo de paz. Tardo un par de minutos en darme cuenta de que Hugo y Brad están en el jardín fumando. Ellos sí deben haber reparado en mí pero prefieren no jugársela y esperar a ver mi estado de ánimo. Hacen bien, porque ahora mismo solo siento una pena inmensa que me raspa los ojos. La imagen de Jimena llorando no se me va de la cabeza.

- León. ¿Has averiguado algo?

¿Averiguar sobre qué? Me los quedo mirando sin saber muy bien qué contestar.

- Has ido a casa de Ross a preguntarle por los rusos, ¿recuerdas?

Sí, es cierto, por eso he ido. He ido por los rusos y me he quedado por Jimena. La conversación que he mantenido con Paul Ross ha sido larga y complicada, casi más que la que he mantenido con su hija. Me ha jurado por su vida que no conoce al jefe de la organización, solo a uno de los encargados, que fue el que medió para prestarle el dinero. Lo único que sabe es que al cabeza lo llaman K. Nunca se ha reunido con ellos en ningún lugar característico, sino siempre en sitios abiertos, públicos, con los que no puedo trabajar. Le he preguntado por la deuda y solo me ha contestado que tiene el tema bajo control. Creo haber sido claro cuando le he comentado lo que pasaría si los rusos les hacen algo a Jimena y Nicole por su culpa.

- Paul no sabe nada – contesto.

- ¿Nada? ¿Cómo coño no va a saber nada? - chista Brad.

- ¿Crees que alguien puede mentirme?

- La verdad es que no.

- Pues ya está. Hay que buscar otro camino.

- Y lo tenemos – contesta Hugo -. Han pillado a un tío que tiene un club de alterne en el centro, donde a los rusos les gusta mucho ir a divertirse. El club se llama Rose Velvet, ¿te suena?

Asiento con la cabeza. No voy a muchos clubes ni discotecas aunque, por mi trabajo, suelo recordar bien los nombres de los locales y los dueños más relevantes. En California no pasaba nada sin que yo no lo supiera; aquí, en Nueva York, la información va más lenta. Sin embargo el Rose Velvet no es solo conocido, es casi familiar. Conozco el lugar y conozco a la dueña muy, muy bien.

- Es un sitio caro, de los de pasta.

- Ya lo sé. Al que habéis pillado no es el dueño.

Hugo y Brad se miran y yo suelto un largo suspiro.

- ¿Cómo no va a ser él? Sé hacer mi trabajo, no me jodas... - ríe Hugo.

- El Rose Velvet tiene dueña, no dueño, y se llama Rosa – contesto.

- ¿Cómo...?

- Lo sé y punto – lo corto antes de que sigan preguntando -. Voy a subir a cambiarme y vamos a arreglar lo que sea que hayáis hecho.

Brad y Hugo dicen que no, que mejor nos vamos ya. Son más de las doce de la noche y están cansados porque llevan todo el día trabajando. A mí no solo me parecen sospechosas sus palabras, sino también el tono en el que me lo dicen. Mi mente se dirige con rapidez a Erik. ¿Qué demonios ha hecho ahora? Entrecierro los ojos. No estoy de humor para tonterías.

Ignorándolos, entro en casa. Lanzo las llaves sobre el sofá y subo las escaleras hasta mi habitación. No voy a ver más a Jimena. Es un pensamiento recurrente que me produce claustrofobia y ansiedad. Tal vez no he hecho lo correcto, tal vez debería haber insistido más, ser aún más egoísta, aprovecharme de sus sentimientos. Si lo hubiese hecho, sé que habría ganado. Me digo a mí mismo que eso ahora ya no importa. Están todas las luces encendidas, incluida la de mi cuarto, cosa que me extraña. La puerta está entreabierta. Voy a entrar mientras me quito la chaqueta cuando les veo.

León Donde viven las historias. Descúbrelo ahora