Capítulo treinta y ocho: Nosotros nos protegemos los unos a los otros

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- ¡Erik, por favor! ¡Erik! ¡Deja las llaves en su sitio!

- Va, jefe, que solo me quiero dar una vuelta.

- ¡He dicho que no!

Rodrigo intenta arrebatarle las llaves de su coche, pero no es lo suficientemente alto. Erik ha descubierto que el jefe llega todos los días al trabajo en un flamante Cadillac Eldorado, y se ha empeñado en conducirlo. Ni qué decir que Rodrigo se mata antes de que dejar que nadie conduzca semejante joya.

- Erik, dale las llaves – insiste Brad -. Le estás haciendo pasar un mal rato, hombre.

El despacho es lo suficientemente grande para poder disfrutar, incluso, de una cómica persecución. Nos hemos levantado temprano para discutir qué vamos a hacer con las amenazas de Trevor, y lo cierto es que debería estar más nervioso de lo que lo estoy. Ahora que Rodrigo ha puesto vigilancia a Jimena y sus hermanas, me he quitado un gran peso de encima.

Hugo, sentado en uno de los sillones, charla distraídamente por el móvil, ignorando la pelea. Brad está más alerta, como yo.

- ¡Una vuelta por el aparcamiento! ¡Pero solo una!

- ¡Venga ya! ¿No me vas a dejar salir? - insiste Erik.

- ¡Erik O'hara!

De repente, dos agentes se acercan por el pasillo, dispuestos a entrar al despacho. Erik se apresura a devolverle las llaves a Rodrigo, y este estira la espalda y la barbilla en un claro gesto de responsabilidad. Yo comparto una mirada con Brad y disimulo una sonrisa. Entre Erik y Rodrigo parece haber un pacto implícito de "te voy a putear", "putéame pero que no sea delante de mis subordinados", "hecho".

Le entregan unos papeles a Rodrigo. Ambos agentes son altos, pelo corto y cuerpo musculado. Erik les da un par de palmadas en la espalda antes de salir de nuevo.

- Muy buen trabajo, chicos.

Ellos le miran con algo cercano a la ira pero no dicen nada.

- Vas a conseguir que te maten – dice Brad.

- ¡Por favor, señores! Tenemos un tema muy delicado entre manos.

Rodrigo se coloca tras su escritorio y endurece la mirada. Creo que ya está empezando a arrepentirse de haberme sacado de la cárcel y de haber firmado un contrato con nosotros. Vamos a salirle muy caros y poco rentables si el abuelo nos mata.

- Veamos... Brad. ¿A qué nivel la estructura de Trevor Wolf puede suponer una amenaza para vuestra seguridad? En otras palabras, ¿dispone de medios suficientes para eliminaros?

- No. Ustedes son respaldados por un gobierno, por todo un Estado. Trevor tiene mucho dinero y es uno de los hombres más influyentes del país, eso es cierto.

Rodrigo suspira. Nos mira uno a uno. Llevamos discutiendo el tema desde las ocho de la mañana. No me gusta trabajar tan temprano. No me gustan los horarios. Yo decido cuándo comer, cuándo dormir y cuándo mear. Ahora resulta que nada de eso es mi responsabilidad y no tengo que pensar en nada que no sean las órdenes de Rodrigo.

- No os ofendáis, chicos, pero muertos no me servís. Ahora mismo os estoy manteniendo para nada, porque no podéis trabajar. Hay que eliminar a tu abuelo.

- No – me apresuro a contestar.

- Sí – Rodrigo ni siquiera me mira.

- Hicimos un trato.

- Ya, un trato. Demuéstralo.

¿Que lo demuestre? Tiene que estar vacilándome. Rodrigo saca mi contrato del cajón de su escritorio y lo pone sobre la mesa. No me hace falta leerlo porque sé que nada concerniente a mi abuelo aparece ahí.

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