Rodrigo es un hombre bajito, de piel oscura, ojos bizcos y pelo entrecano. Horripilantemente feo. Tener a Rosa tras él no ayuda; el contraste es abrumador. Nada más entrar, me tiende la mano con una sonrisa.
- William, es un grandísimo placer conocerte – dice, con efusividad -. ¿Te importa que te tutee?
Yo niego lentamente mientras me siento. Es una sala de la cárcel en la que, deduzco, deben reunirse abogados o gente de peso. Hay dos sofás de cuero, un dispensador de agua, una máquina de cafés, una mesita de cristal con un paquete de chicles, cuadros con paisajes, el suelo enmoquetado... No puedo evitar acariciar el sofá. Hacía tanto que no sentía el mundo de afuera.
Mentiría si dijese que no me sorprende tanta amabilidad por su parte. Me ofrece un café y me comenta quién es, a qué se dedica. Es alguien de peso en la directiva del FBI. El mandamás. Este hombre feo y tan poca cosa que me trata como si fuera una estrella de rock tiene tanto poder...
Rosa se mantiene callada, de pie, tras el sofá en el que está sentado Rodrigo. Una mano en la cintura, la otra sobre el reposacabezas. No me quita los ojos de encima.
- Bueno, tendremos que hablar rápido, ¿cierto? ¿Cuánto tiempo tenemos, querida? ¿Una hora?
- Cincuenta y tres minutos – responde Rosa.
- Tiempo más que suficiente, de sobra. Rosa es una joya. Un verdadero tesoro.
- Un ángel de la guarda.
- ¡Exacto! - exclama Rodrigo, y Rosa me fulmina con la mirada.
Rodrigo se ajusta la corbata y coloca las carpetas sobre la mesa. Por la forma en que las ordena, tiene un claro TOC. Puede que para cualquiera pase desapercibido, pero no para mí.
- William, sé que estás en una situación un tanto delicada, ¿eh? Se te acusa de triple asesinato, nada más y nada menos.
No respondo y me cruzo de brazos. Prefiero dejar que él siga con sus tonterías.
- Se te va a condenar, eso está clarísimo. He examinado tu caso y es evidente que esto es más una caza de brujas contra ti que otra cosa, pero como comprenderás, nuestro trabajo es proteger a la ciudadanía.
- Incumpliendo la ley.
- No, buscando atajos. Digamos que tú eres un Al Capone moderno, ¿eh? ¿Conoces su caso? Pues en vez de encerrarte por evasión de impuestos, por asesinato. La cosa está en que tú no sigas haciendo trastadas.
- ¿Trastadas? - pregunto, y se me escapa una sonrisa.
Me divierte su tono de voz. Más bien, todo en él me divierte. Rosa me dirige una mirada reprobatoria de nuevo.
- Sí, trastadas, juegos de niños. ¿Cuántos años tienes?
- Veinticuatro.
- Bueno, ya no eres tan niño. Por eso mismo hay que reconducirte. Las mentes como tú son volátiles, alocadas. Un desperdicio tremendo que estés aquí, tremendo.
- Es lo que me ha tocado.
- No, lo que te había tocado hasta ahora. Porque yo voy a darte una salida.
Empieza a sacar papeles de la carpeta. Es como si quisiera venderme una biblia.
- No voy a hacer tratos con...
- Estoy muy informado sobre ti – me interrumpe -. Desde que eras un adolescente. Tienes una mente brillante, brillante. Todo lo que manejas, todo lo que mantienes, increíble.
- Increíble – concuerda Rosa.
Me mantengo callado. No voy a decir una sola palabra de nada relacionado con el narcotráfico. No me voy a delatar a mí mismo por un par de elogios y cumplidos baratos.
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León
Aksi«Papá dice que León me hará daño. Puede que tenga razón». Obra registrada en Safe Creative. Prohibida su adaptación o copia.