Sé que el abuelo de León está en el tercer piso, y sé lo que pasará si subo a incordiarlo. León me pidió expresamente que hiciera lo que quisiera menos molestar a Trevor Wolf, y es lo que me dispongo a hacer ahora. Se me acaba el tiempo. Mañana es mi cumpleaños, y cuanto más tiempo paso aquí menos ganas tengo de seguir con mi guerra con León. Solo quiero acostarme en la cama y llorar; el no tener nada que hacer motiva que mis padres se me vengan todo el tiempo a la cabeza, y la experiencia con Erik.
Siento, además, que empiezo a no soportar a León. Creo que a él le pasa lo mismo. Es como si, al estar en la misma habitación, quisiéramos que el otro desapareciera al instante, como si quisiéramos lanzarnos el mando de la tele a la cabeza. Es una sensación muy dolorosa.
La única habitación que hay en la tercera planta es la de Trevor Wolf. La puerta está abierta. En una gran cama, con una bata de seda y unas gafas de lectura, un hombre de unos setenta años lee una novela barata. Es alarmantemente parecido a León. La misma frente, el mismo gesto brusco al observar algo, la prolongación de la línea de la nariz. Incluso el mismo pelo, el de Trevor canoso y débil. Cuando nota mi presencia, alza los ojos y siento una presión en el estómago. Son los mismos ojos que los de León.
- Jimenita, Jimenita... - dice, como si me reprendiera -. Entra y cierra la puerta.
Yo, sin pensar, obedezco. No sé por qué lo hago, hay algo hipnótico en él. Me indica con un dedo que me acerque. Lanza el libro a un lado de la cama. Se incorpora. Cuando me encuentro a su alcance, me agarra el rostro con la mano en un gesto brusco. Suelto un grito ahogado.
- Tus facciones son demasiado marcadas - dice, tras analizarme unos segundos.
De repente, me suelta y vuelve a recostarse en la cama. Yo, estupefacta, no sé qué hacer ni qué decir.
- Siéntate.
Señala el borde de la cama y yo obedezco. Se supone que yo no he subido aquí para esto. La fascinación no me deja apartar los ojos de él. Es una versión mayor de León. Huele muy bien.
- ¿Sabes quién soy yo?
Asiento.
- ¿Y a qué subes? ¿A putearme a mí también?
- Ahora ya no.
- Te doy miedo, ¿verdad?
Vuelvo a asentir. Tiene las manos llenas de anillos de oro, pulseras pesadas.
- Eso es bueno. El miedo es bueno. No nos deja hacer gilipolleces. ¿Cuántos años tienes?
- Mañana cumplo dieciocho.
Me mira fijamente, como si quisiera realizar un análisis en detalle de mi rostro. Baja hasta mis rodillas y de nuevo asciende.
- Tú no quieres estar aquí, ¿a que no?
Me sorprende la pregunta. Estoy tensa. Siento que me va a ayudar.
- No.
- ¿Tú quieres a mi nieto?
- Ahora mismo no lo sé.
Trevor arruga la nariz, como si fuese lo más raro que hubiese escuchado nunca.
- ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo León?
- Eso no es...
- ¿Tú sabes la de mujeres que matarían por casarse con él? Tengo una lista de posibles futuras prometidas, fíjate. Debes estar mal de la cabeza.
Río y niego con la cabeza. Si León escuchara esto, creo que sí que me dejaría irme. No podría con la vergüenza.
- Ríete, ríete. Hombres como mi nieto no los encuentras todos los días. Pero, claro, es un caprichoso malcriado. No me gustas.
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León
Aksi«Papá dice que León me hará daño. Puede que tenga razón». Obra registrada en Safe Creative. Prohibida su adaptación o copia.