Capítulo 9

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Jade

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Jade

Había dejado de usar bañador desde los catorce y aunque no habían pasado mucho ya que tengo diecisiete, me siento muy rara. Mi motivación principal es porque amo el color: amarillo mostaza, vivo y que extrañamente resalta. La parte de abajo es alta en la cintura y el top es amarrado al frente. No es muy explícito, pero aún así no puedo evitarme sentirme cohibida como si estuviera desnuda. Falta de costumbre es la definición correcta.

No tengo casi inseguridades ante mi cuerpo porque soy perfectamente consciente que hay miles de tipos de cuerpos y que cada uno tiene su esencia haciendo así que sea únicamente perfecto. El problema está en que no estoy acostumbrada a andar enseñando más que un short y una camisa de mangas finas, porque simplemente evito todo los factores de llamar la atención.

Desde donde estoy tengo perfecta vista a la espalda marcada de Ansel. Jamás había prestado tanta atención a una espalda, a una buena de hecho. No es tan ancha como la de otros chicos que suelen ser deportistas, ni tiene grandes brazos, nada por el estilo. Ansel tiene una compostura física más suave, término medio.

Cuando el agua llega al nivel de mis mulos me detengo. El se gira para quedar frente a mi y trato de arreglar mi cabello salvaje que se deja alborotar por el viento playero.

Siento la mirada de Ansel en mi y si al menos está intentando disimular, es pésimo.

–Ansel.– musito.

–¿Jade? ¿Por qué ese nombre?

Elevo mis cejas al sorprenderme con la pregunta aleatoria.

–Mi abuela dio la sugerencia. Jade, pero ella lo decía en español. Jade.– explico y nos aproximamos más a lo hondo, poco a poco el agua nos cubre.

Jade.– suelta en español.

–¿De dónde sale el nombre Ansel?– pregunto.

–De un perro de una película. Sí, lo sé.– río ante su respuesta.

–Es bonito.– confieso.

–No más que tú.– al decir eso se hunde un poco y me escupe un poco de agua.

–¡Ansel!– le salpico agua, vengándome –Ansel.

–Ansel, Ansel, Ansel.– se burla de mí aproximándose hasta mi con una sonrisa socarrona.

Pongo mi mano en sus labios para que detenga su burla y el muerde levemente mi dedo. Me quejo y lo pellizco como venganza. Sí, de momento somos unos críos de diez años y no de diecisiete. En un año soy adulta, pero en estos días, especialmente hoy me siento tan joven, tan eternamente joven.

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