Epílogo #1

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Ansel

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Ansel

–Que caos.– son las dos primeras palabras que pronuncio al llegar a casa, específicamente a mi habitación.

Arrojo la mochila dentro de esta y vuelvo a cerrar la puerta. Es mejor ignorar el caótico reguero donde invernaba, y seguir con mi vida, ignorándolo hasta el fin de los días. Si, me parece un perfecto plan.

Bajo las escaleras nuevamente, había sido un largo viaje en auto, mi trasero está pasmado y mis tripas rugen.

Camino hasta la cocina, abro el tarro de galletas de macadamia con sabor a viejo y mastico una con lentitud. La casa está callada. Mamá está dándose una ducha y papá se fue rápidamente hacer doble turno en el hospital. Mientras, hago un repaso de mi vida de los últimos meses y reflexiono que seré en los próximos.

–Hola hombrecillo.– aparece mi madre –Bájate de la encimera.– me reprende dándome un pequeño golpe en el hombro. No le hago caso.

–Pensé que te estabas duchando.

–Lo hice.– ella frunce el ceño y mira el tarro –Te la has acabado. Sabes que son mis favoritas.

–No me he dado cuenta.– soy honesto, mi mente está volando en la nada. Mi madre cierra la nevera y camina hasta mi. Hamaca mi rostro entre sus pequeñas manos y aprieta mis mejillas.

–Eres un buen muchacho.– dice.

–Me acabo de comer tus galletas a pesar que saben a viejo.– hago un leve puchero y ella ríe levemente.

–Yo también te extrañé. Y por cierto, Jade me parece muy mona.

Ella se aleja y empieza hacer sus cosas de mamá en la cocina.

–¿Qué piensas de ella?– curioseo bajándome de la encimera y acercándome a ella. Quiero escuchar cada detalle.

–Es linda.– dice con una pequeña sonrisa sin mirarme.

–¿Solo eso?– frunzo mi ceño con desapruebo.

–Claro que no. Me encanta.– suelta ya sin disimular su sonrisa y mirándome.

–A mi también.– copio su sonrisa.

Ella me aprieta le mejilla con emoción.

–No puedo disimularlo. Estoy que me desbordo de la felicidad. Verte feliz me hace tan feliz hijo. Juro que puedo llorar ahora mismo.– dice llevando sus manos al pecho y mirándome con ensueño –Me diste el privilegio de ser madre, eres el regalo de la vida más bonito que poseo.– sus ojos se humedecen levemente y clavo mi mirada al techo blanco pálido.

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