Demian

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Al llegar a casa me pareció que había estado fuera un año. Todo tenía otro aspecto.
Entre Kromer y yo había surgido algo como un futuro, como una esperanza. ¡Ya no
estaba solo! Y ahora me di cuenta de lo espantosamente solo que había permanecido
durante semanas y semanas con mi secreto. Enseguida volví a pensar lo de tantas
veces: que una confesión a mis padres me aliviaría pero no me redimiría por completo.
Casi me había confesado a otro, a un extraño; y el presentimiento de liberación volaba
hacia mí como un fuerte perfume.
De todos modos, mi miedo no había aún desaparecido ni mucho menos. Estaba
preparado para largas y horribles disputas con mi enemigo. Por eso me pareció muy raro
que todo transcurriera con tanta tranquilidad, calma y secreto.
El silbido de Kromer delante de mi casa no se oyó durante un día, dos, tres, una
semana. No me atrevía a creerlo; y en mi fuero interno estaba alerta, no fuera a
aparecer de pronto, precisamente cuando menos lo esperaba. ¡Pero no apareció!
Desconfiando de la nueva libertad, no terminaba de creerlo. Hasta que por fin me
encontré con Franz Kromer en la calle. Bajaba por la Seilergasse, justo a mi encuentro.
Al verme se estremeció, torció la cara en una mueca terrible y se volvió sin más para no
tener que encontrarse conmigo.
Aquello fue para mi un momento indescriptible. ¡Mi enemigo huía de mí! ¡ Mi verdugo
me tenía miedo! La alegría y la sorpresa me traspasaron por completo.
Por aquellos días volví a ver a Demian, que me esperaba a la puerta del colegio.
-¡Hola! -dije.
-Buenos días, Sinclair. Quería saber cómo te va. Supongo que Kromer te deja ahora
tranquilo.
-¿Es cosa tuya? Pero ¿cómo lo has conseguido? No lo comprendo. ¡Ha desaparecido
por completo!
-Muy bien. Y por si acaso se le ocurre volver -creo que no lo hará, pero es un
caradura-, dile entonces que se acuerde de Demian.
-Pero ¿cómo te las has arreglado? ¿Te has peleado con él, le has pegado?
-No, eso no me gusta. Sólo he hablado con él, como he hecho contigo, y le he
explicado que sería mucho mejor para él que te dejara en paz.
-¿No le habrás dado dinero?
-No, querido. Ese camino ya lo has intentado tú.
Se separó de mí, aunque yo intenté preguntarle más cosas. Me quedé con el viejo y
confuso sentimiento que Demian me inspiraba, mezcla extraña de agradecimiento y
recelo, admiración y miedo, simpatía y repulsa.
Me propuse verle pronto, para hablar más con él de todo y también de la historia de
Caín.
No llegué a hacerlo.
La gratitud es una virtud en la que no tengo ninguna fe, y pedírsela a un niño me
parece un error; así que no me sorprende demasiado la total ingratitud que demostré a
Max Demian. Hoy tengo la certeza de que hubiera enfermado y me hubiera estropeado
para toda la vida si él no me hubiera liberado de las garras de Kromer. Ya entonces sentí
aquella liberación como el acontecimiento más grande de mi joven vida; pero al
libertador mismo, cuando hubo llevado a cabo el milagro, lo dejé a un lado.
Como he dicho, la ingratitud no me resulta extraña. Sólo me sorprende la falta de
curiosidad que demostré. ¿Cómo era posible que yo siguiera viviendo un solo día con
tranquilidad sin intentar acercarme a los misterios con que Demian me había puesto en
contacto? ¿Cómo podía dominar el deseo de oír más cosas sobre Cain, sobre Kromer y la
lectura de pensamientos?
Es incomprensible, pero así fue. Me vi de pronto liberado de unas redes diabólicas; el
mundo se me ofrecía de nuevo luminoso y alegre; ya no me asaltaban los miedos y las
angustiosas palpitaciones. El maleficio estaba roto; ya no era un condenado sometido a
terribles torturas, sino otra vez un colegial, como antes. Mi naturaleza intentaba volver
con toda rapidez al equilibrio y a la tranquilidad y se esforzaba sobre todo en apartar y
olvidar todo lo feo y amenazador. Mi memoria olvidó con fantástica rapidez toda la
historia de mi culpa y mis miedos, sin dejar aparentemente una cicatriz o una huella.

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