Demian

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Algunos años después encontré confirmada esta observación en un libro de Leonardo
de Vinci, en el que se comentaba lo sugestivo e interesante que era contemplar un muro
en el que había escupido mucha gente. Delante de aquellas manchas sobre el muro
húmedo, Leonardo había sentido lo mismo que Pistorius y yo delante del fuego.
En nuestro siguiente encuentro, el organista me dio una explicación.
-Acostumbramos a trazar límites demasiado estrechos a nuestra personalidad.
Consideramos que solamente pertenece a nuestra persona lo que reconocemos como
individual y diferenciador. Pero cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del
mundo; y así como llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el
pez y aun más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en
las almas humanas. Todos los dioses y demonios que han existido, ya sea entre los
griegos, chinos o cafres, existen en nosotros como posibilidades, deseos y soluciones. Si
el género humano se extinguiera con la sola excepción de un niño medianamente
inteligente, sin ninguna educación, este niño volvería a descubrir el curso de todas las
cosas y sabría producir de nuevo dioses, demonios, y paraísos, prohibiciones,
mandamientos y Viejos y Nuevos Testamentos.
-Bien -objeté yo-, ¿dónde queda entonces el valor del individuo? ¿Para qué nos
esforzamos si ya llevamos todo acabado en nosotros mismos?
¡Alto! -exclamó violentamente Pistorius-. Hay una gran diferencia entre llevar el
mundo en sí mismo y saberlo. Un loco puede tener ideas que recuerden a Platón, y un
pequeño y devoto colegial del Instituto de Herrnhut puede recrear las profundas
conexiones mitológicas que aparecen en los gnósticos o en Zoroastro. ¡Pero él no lo
sabe! Mientras no lo sepa es como un árbol o una piedra; en el mejor de los casos, como
un animal. En el momento en que tenga la primera chispa de conciencia, se convertirá
en un hombre. ¿No irá usted a creer que todos esos bípedos que andan por la calle son
hombres sólo porque anden derechos y lleven a sus crías nueve meses dentro de sí?
Muchos de ellos son peces u ovejas, gusanos o ángeles; otros son hormigas, y otros
abejas. En cada uno existen las posibilidades de ser hombre; pero sólo cuando las
vislumbra, cuando aprende a hacerlas conscientes, por lo menos en parte, estas
posibilidades le pertenecen.
De este género solían ser nuestras conversaciones. Raras veces me proporcionaban
algo totalmente nuevo, algo sorprendente. Todas, sin embargo, hasta la más banal,
daban suave pero insistentemente, en el mismo punto; todas me ayudaban a formarme,
todas me ayudaban a quitarme una piel, romper el cascarón; y de cada conversación
sacaba la cabeza más alta, más libre, hasta que mi pájaro amarillo sacó su hermosa
cabeza de ave de rapiña del destruido cascarón del mundo. A menudo nos contábamos
nuestros sueños, a los que Pistorius sabía dar una interpretación. Ahora recuerdo un
caso curioso. Tuve una vez un sueño en el que volaba; pero de manera tal que me
sentía lanzado por los aires con un gran impulso, que no controlaba. La sensación de
aquel vuelo era grandiosa, pero pronto se convertía en angustia al verme arrebatado
hacia alturas peligrosas sin poder evitarlo. Entonces descubrí que podía regular mis
subidas y bajadas conteniendo o soltando el aire de los pulmones.
A esto Pistorius dijo:
-El impulso que le hace a usted volar es nuestro patrimonio humano, que todos
poseemos. Es el sentimiento de unión con las raíces de toda fuerza. Pero pronto nos
asalta el miedo. ¡Es tan peligroso! Por eso la mayoría renuncia gustosamente a volar y
prefiere caminar de la mano de los preceptos legales o por la acera. Usted no. Usted
sigue volando, como debe ser. Y entonces descubre lo maravilloso; descubre que
lentamente se hace dueño de la situación, que a la gran fuerza general que le arrastra
corresponde una pequeña fuerza propia, un órgano, un timón. ¡Esto es estupendo! Sin
él, uno se perdería sin voluntad por los aires, como hacen por ejemplo los locos. Los
locos tienen unas intuiciones más profundas que la gente de la acera, pero no tienen la
clave ni el timón y se despeñan en el abismo. Usted, sin embargo, Sinclair, logra
bandearse. ¿Y cómo? ¿No lo sabe acaso? Lo hace con un nuevo órgano, con un
regulador de la respiración. Y ahora puede usted ver lo poco «personal» que es su alma
en el fondo. ¿Por qué no se inventa ese regulador? ¡No es nuevo! Es algo prestado,
existe desde hace siglos. Es el órgano del equilibrio en los peces, la vesícula natatoria.

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