Demian

34 1 0
                                    

Poco a poco, en medio de aquellas bromas que tanto me divertían, me di cuenta de
que mi amigo, a menudo, también jugaba conmigo. A veces, yendo al colegio, presentía
de pronto que Demian me seguía y, al volverme, le encontraba efectivamente allí.
-¿Puedes conseguir, de verdad, que otro piense lo que tú quieres? -le pregunté.
Me respondió amablemente con la tranquilidad y objetividad de su madurez adulta:
-No -dijo-, eso no es posible. No tenemos una voluntad libre, aunque el párroco haga
como si así fuera. Ni el otro puede pensar lo que quiere, ni yo puedo obligarle a pensar
lo que quiero. Lo único que puede hacerse es observar atentamente a una persona;
generalmente se puede decir luego con exactitud lo que piensa o siente y, por
consiguiente, también se puede predecir lo que va a hacer inmediatamente después. Es
muy sencillo; lo que ocurre es que la gente no lo sabe. Naturalmente se necesita
entrenamiento. Entre las mariposas hay, por ejemplo, cierta especie nocturna en la que
las hembras son menos numerosas que los machos. Las mariposas se reproducen como
los demás animales: el macho fecunda a la hembra, que pone luego los huevos; si
capturas una hembra de esta especie -y esto ha sido comprobado por los científicos- los
machos acuden por la noche, haciendo un recorrido de varias horas de vuelo. Varias
horas, ¡imagínate! Desde muchos kilómetros de distancia los machos notan la presencia
de la única hembra de todo el contorno. Se ha intentado explicar el fenómeno, pero es
imposible. Debe de tratarse de un sentido del olfato o algo parecido, como en los buenos
perros de caza, que saben encontrar y perseguir un rastro casi imperceptible.
¿Comprendes? Ya ves, la naturaleza está llena de estas cosas, y nadie puede explicarlas.
Y yo digo entonces: si entre estas mariposas las hembras fueran tan numerosas como
los machos, éstos no tendrían el olfato tan fino. Lo tienen únicamente porque lo han
entrenado. Si un animal o un ser humano concentra toda su atención y su voluntad en
una cosa determinada, la consigue. Ese es todo el misterio. Y lo mismo ocurre con lo que
tú dices. Observa bien a un hombre y sabrás de él más que él mismo.
Estuve a punto de pronunciar las palabras «adivinación de pensamiento» y recordarle
con ellas la historia de Kromer, que quedaba tan lejana. Pero con respecto a ese asunto
sucedía algo muy raro entre nosotros: ni él ni yo hacíamos nunca la más mínima alusión
a que hacía unos años él había intervenido de una manera tan decisiva en mi vida. Era
como si nunca hubiera habido nada entre nosotros o como si cada uno contara con que
el otro hubiera olvidado lo pasado. Sucedió incluso que nos encontramos una o dos
veces con Franz Kromer yendo por la calle pero no intercambiamos ni una mirada ni
pronunciamos palabra alguna sobre él.
-¿Cómo explicas lo de la voluntad? -pregunté-. Dices que no tenemos libre albedrío,
pero también aseguras que uno no tiene más que concentrar su voluntad sobre un
objetivo para conseguirlo. Ahí hay una contradicción. Si no soy dueño y señor de mi
voluntad, tampoco puedo concentraría libremente sobre esto o aquello.
Me dio unas palmadas en el hombro. Siempre lo hacía cuando alguna ocurrencia mía
le gustaba.
-Así me gusta, que me preguntes -exclamó riendo-. Siempre hay que preguntar, que
dudar. Verás, es muy sencillo. Si una de esas mariposas, por ejemplo, quisiera
concentrar su voluntad sobre una estrella, o algo por el estilo, no podría hacerlo. Así, ni
lo intenta siquiera. Elige como objetivo sólo lo que tiene sentido y valor para ella, algo
que necesita, algo que le es imprescindible. Por eso logra lo increíble; desarrolla un
fantástico sexto sentido, que ningún animal excepto ella posee. Nosotros tenemos un
radio de acción más amplio y más intereses que un animal. Pero también estamos
limitados a un círculo relativamente estrecho y no podemos salir de él. Yo puedo
fantasear sobre esto o aquello, imaginarme algo -por ejemplo, que me es indispensable
ir al Polo Norte, o algo por el estilo- pero sólo puedo llevarlo a cabo y desearlo con
suficiente fuerza si el deseo está completamente enraizado en mí, si todo mi ser está
penetrado de él. En el momento en que esto sucede e intentas algo que se te impone
desde dentro, la cosa marcha; entonces puedes enganchar tu voluntad al carro, como si
fuera un buen caballo de tiro. Si yo, por ejemplo, me propusiera conseguir que nuestro
pastor no volviera a llevar gafas, no lo lograría. Sería un puro juego. Pero cuando me
propuse en el otoño que me cambiara de pupitre, lo logré fácilmente. De pronto apareció
un chico que me precedía en la lista alfabética y que había estado enfermo hasta

DEMIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora