Demian

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sin verme, con ojos alucinados y muy solos, como si siguiera una llamada misteriosa
desde lo desconocido. Le seguí hasta el final de una calle. Pistorius se alejaba, como
arrastrado por un hilo invisible, con paso fanático y a la vez descoyuntado como un
fantasma. Entristecido, volví a casa, a mis sueños sin remedio.
«¡Así renueva él el mundo en su interior...!», pensé; pero en seguida me di cuenta de
que aquel era un pensamiento bajo y moralizante. ¿Qué sabía yo de sus sueños? Quizá
caminara en su borrachera por un camino más cierto que yo con mis miedos.
En los recreos entre las clases había advertido que un compañero al que nunca había
hecho mucho caso buscaba mi compañía. Era un chico pequeño de aspecto débil,
delgado, con pelo fino y rojizo, que tenía algo especial en su mirada y en su
comportamiento. Una tarde, cuando yo volvía a casa, me esperó en la calle, me dejó
pasar, corrió detrás de mí y se quedó parado delante de la puerta de mi casa.
-¿Quieres algo de mí? -le pregunte.
-Quería solamente hablar contigo -dijo tímidamente-. Por favor, acompáñame un
poco.
Le seguí y noté que estaba muy excitado y expectante. Sus manos temblaban.
-¿Eres espiritista? -preguntó de golpe.
-No, Knauer -dije riendo-. Ni por asomo. ¿Cómo se te ha ocurrido?
-¿Pero eres teósofo, verdad?
-Tampoco.
- ¡Oh, no te cierres así! Intuyo que en ti hay algo especial. Se te ve en los ojos. Estoy
seguro de que tienes trato con los espíritus. ¡Y no pregunto por curiosidad, Sinclair! Yo
mismo estoy buscando, ¿sabes?; ¡y me siento tan solo!
-Anda, cuéntame -le animé-. Desde luego, no sé nada de espíritus; pero vivo en mis
sueños y tú lo has notado. El resto de la gente también vive en sueños, pero no en los
propios. Ahí está la diferencia.
-Sí, quizá -murmuró-. Lo que importa es qué clase de sueños se vive. ¿Has oído
hablar de la magia blanca?
Tuve que responder que no.
-Pues consiste en aprender a dominarse. Así se hace uno inmortal y adquiere poderes
mágicos. ¿No has hecho nunca ejercicios de esos?
A mis preguntas interesadas sobre esos ejercicios contestó con evasivas misteriosas,
hasta que decidí marcharme. Entonces empezó a hablar.
-Verás, cuando, por ejemplo, quiero dominarme o concentrarme, hago uno de esos
ejercicios. Pienso en algo: una palabra, un nombre o una figura geométrica. Pienso
intensamente, con todas mis fuerzas, e intento imaginármelo dentro de la cabeza hasta
que lo siento dentro. Me lo imagino en la garganta y así sucesivamente, hasta que estoy
saturado de ello. Entonces me siento firme y ya nada consigue sacarme de mi equilibrio.
Comprendí más o menos lo que quería decir. Pero me daba cuenta de que algo más le
inquietaba; estaba extraordinariamente agitado y nervioso. Intenté facilitarle las
preguntas y pronto me expuso su verdadero problema.
-Tú eres casto, ¿verdad? -me preguntó temeroso.
-¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a lo sexual?
-Sí, sí. Yo hace dos años que lo soy, desde que conozco algo de esa magia. Antes me
dedicaba a un vicio... ya sabes. ¿Tú nunca has estado con una mujer?
-No -dije-. Aún no he encontrado la que busco.
-Pero si la encontraras y creyeras que era la verdadera, ¿te acostarías con ella?
-Pues claro. Suponiendo que ella no tuviera nada en contra
-dije con algo de sarcasmo.
-¡Oh, estás completamente equivocado! Sólo se pueden desarrollar las fuerzas
interiores si uno es completamente casto. Yo lo soy desde hace dos años. Dos años y
algo más de un mes. ¡Es tan difícil! ¡A veces no puedo casi soportarlo!
-Oye, Knauer, yo no creo que la castidad sea tan importante.
-Ya sé -protestó-, eso es lo que dicen todos. Pero no lo hubiera esperado de ti. El que
quiera andar por el camino superior de la espiritualidad, tiene que mantenerse puro. ¡No cabe duda!

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