El sentir de una perdida

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Cada día era diferente la frase, cada día escuchando lo mismo, lo que me llevo en espirar a lo que ella deseaba, cada día más desconfiado, ya no sentía aquél fuego de cuando nos casamos, y si Athena tiene razón mi esposa debería confiar en mí, la duda me carcomía, después de siglos de matrimonio tome la decisión de escuchar a mi hija y alejarme.
En ese momento Hera aun oculta comenzó a decir por lo bajo ella me dijo que me era infiel, maldita athena, no debí dudar de él decía Hera, en los brazos de su hijo Ares, que desde hace rato se acercó con Hefestos a consolar a su madre, quien no podía con toda esta información hasta su matrimonio había sido arruinado por ella.

Desde entonces fui conocido por mis numerosas aventuras y amantes, todas por las cuales sentí algo por ellos en algún momento, y mi amor por mi esposa se marchitaba cada vez más por sus reclamos, cada día se le hacía más cierto lo dicho por su hija consentida Athena, su relación era tóxica. - Hera ya no quería escuchar más la mataban cada una de esas palabras, ya que nunca dejo de amarlo cada día de su vida inmortal.

De diversas de mis aventuras tuve a mis más grandes bendiciones desde dioses a semidioses, cada uno de ellos me lleno de felicidad. Las deidades nacidas de mis amoríos eran Apolo, Artemisa, Hermes, Perséfone.- las deidades mencionadas sonrieron con afecto recordando esos pocos momentos cuando su padre fue amoroso con ellos.

Apolo fue quien más fuerte fue su pensamiento recordó un momento especial con su padre quien fue el primer dios que confió en el plenamente para ser tan fuerte como un olímpico, además de que protegió a su madre de la ira de Hera por su bien.

Estaba en sentado en una roca con la apariencia de un niño de 6 años mirando fijamente hacia las nubes con anhelo de aquello que le es retenido, sus ojos parecían húmedos como si las lágrimas fueran retenidas, balanceando sus cortas piernas de adelante a atrás mientras el viento movía su suave melena de un rojo como si estuviera en llamas su madre siempre le decía que su cabello era hermoso, pero ahora dudaba para él era una muestra más de su debilidad para su dominio.

Pensando una y otra vez en como los dioses menores lo llamaron un desperdicio de espacio y como nunca sería tan buen dios del sol como Helios, cada vez que caminaba por bellas calles del olimpo siempre era lo mismo nadie lo quería como un dios capaz siempre las miradas de desprecio, to mundo pensaba que la posición se le fue otorgada solo por ser hijo de Zeus, pero no era verdad eran la moiras quienes dictaron su dominio sobre la estrella más brillante del cielo.

Suspiro por lo que pareció la décima vez del día, cuando escucho unos pasos acercarse a él los ignoro, pensando que era su amargada gemela que deseaba volver a él para despreciarlo por ser hombre, pero inmediatamente que una grande mano masculina se posó en su brazo supo que no era su hermana y se giró para ver quién era la persona que interrumpía los pensamientos de un dios, pero al ver quien estaba a sus espaldas la boca se le seco frente a el estaba.

Era un hombre alto, con una cabellera castaña hasta la cintura que parecía fluir como las nubes en el cielo, unos ojos de un color azul eléctrico impresionante que parecían como si rayos salieran de ellos, piel pálida y musculatura marcada, pero sin llegar a ser exagerada, era Zeus el rey de los dioses y su padre, no sabía que estaba hace en el mundo mortal su padre y por qué se acercó a él que es una completa decepción debería estar con artemisa en el campo de tiro alagándola, o en la biblioteca con su hermana mayor, no con él.

Su padre solo volteo a ver su rostro y suspiro mientras se sentaba a su lado sin quitar su mano de su hombro para proporcionar consuelo, no entendía que estaba pasando en este momento, estaba completamente perdido.

Aura DivinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora