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CAMBIOS


Lucas iba acercándose a la tienda con los brazos cargados de grandes ramas, Venus lo esperaba sentada con la puerta de la tienda totalmente abierta, miraba al árbol y trataba de encontrar la abertura que hace unos segundos vio, pero tal cosa desapareció cuando aquel grupo de personas también lo hicieron, en cuanto se perdieron de su vista Venus corrió a asomarse, el problema era que ya no estaba nada y no había manera de probar lo que había visto a nadie. No sabía siquiera si contarle a Lucas.

Quería limitarse a pensar que lo que había visto era falso, pero sabía que no era así, que aquello era real, que aquel tipo era el mismo al que vio saliendo de la tienda de nieve de yogurt y con el que choco.

—Pensé que te quedarías dormida —Lucas llegó hasta donde estaba ella, sus pasos eran largos y rápidos. Tiró las ramas de árbol en el suelo y luego prosiguió a acomodarlas—. Perdón por tardar tanto.

—Sabes que no hay problema —le dijo—. Y por poco lo hacía.

«Pero unos tipos con un cubo lleno de códigos que desprendía luz color escarlata atravesaron un árbol impidiendo que volviera a conciliar el sueño por las siguientes cuatro de semanas» pensó.

—¿Tienes frío? —la miró con ternura—, si es por eso por lo que no dormiste ya no será un problema.

—No, no era eso —suspiró, siempre sentía que su amigo no la entendía. Aunque tampoco podía culparlo por no saber lo que ella pensaba. Además, no le gustaba contarle sus cosas personales, prefería guardárselas para sí misma. No era porque no confiara en él, sino que, no era la persona adecuada.

—Entonces, vaya..., terminaste de acomodar la tienda —sus ojos se desviaron, las manos se volvieron torpes, buscaba un nuevo tema de conversación, solía hacerlo cuando sentía que la perdía.

—Sí —contestó—, hace un buen rato.

—¿Quieres hacer los macarrones? —insinuó divertido elevando y bajando las cejas continuamente.

—Sí, claro. Muero de hambre.

Venus se sentía culpable, fue su idea ir a pasar la noche en ese lugar y lo estaba tratando pésimo. Se adentro en la tienda de campaña para ir por la taza de metal y la caja de macarrones. Cuando regreso afuera vio la expresión de su amigo, parecía distraído, perdido en sus pensamientos.

—Aquí esta —elevo la voz para atraer su atención—. ¿Cómo encenderemos el fuego?

—Creo que traigo un encendedor —llevo sus manos a los costados, sus bolsillos delanteros estaban vacíos, pero el bolsillo derecho trasero contenía un rectángulo color rojo que lo hizo sonreír al tocarlo—. Lotería.

—Nos ha salvado la noche —dijo con sarcasmo.

Lucas la observó.

—¿Qué tienes? —le preguntó con una voz entre ternura, preocupación y fastidio para Venus.

—Nada —dijo arrugando las cejas y vio en él una expresión de que pensaba que le estaba mintiendo—. Lo digo en serio, me aburrí porque estuve sola, pero ahora comeré y seré feliz de nuevo.

—¿Segura? —de nuevo esa voz.

—Sí Lucas, estoy segura —bufó.

«¿Por qué no estaría segura sobre saber cómo me siento?» se dijo.

—Bueno —ahora parecía dolido. Eso la hizo sentir culpable.

Lucas encendió la fogata, tardó un poco y batalló para hacerlo. Ni siquiera los campamentos a los que asistió de pequeño le servían.

VENUS Un nuevo mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora