Capitulo 2 "El Veneno De La Serpiente Marina De Pico"

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Soy totalmente consciente de que parece una completa locura estar enamorada de alguien a quien no he visto jamás, de alguien que ni siquiera es real. Pero como no puedo recordar una época de mi vida en que no haya soñado con Liam, me cuesta diferenciar una cosa de la otra. Los lugares cambian, y también las historias, pero Liam es una constante, me recibe en cada sueño con su sonrisa pícara y su gran corazón. Es mi alma gemela.

Aun así, sé que esto no puede durar eternamente. De modo que, por si acaso, lo anoto todo en mi libreta. Sophie la llamó en una ocasión mi diario de sueños, como si fuera algo que podrías encontrar junto a la sección de inciensos en una tienda de regalos. Mi diario va conmigo a todas partes y en estos momentos viaja en mi bolsa de I ♥ NEW YORK, dentro de la cesta de mimbre de una oxidada bicicleta que encontré en el jardín trasero de la casa de mi abuela. La he bautizado con el nombre de Frank, abreviatura de Frankenstein, porque prácticamente la rescaté de entre los muertos.

Ahora mismo Frank está detenida entre los dos pilares de piedra que separan la Bennett Academy del resto del mundo y que parecen decir «Ah, no, ni se te ocurra. Aquí no». Lo que dicen en realidad, grabado en su fachada de granito, es: QUIEN HALLE

SOLAZ ENTRE ESTOS MUROS, HALLARÁ SOLAZ EN SU INTERIOR. No sé si creérmelo.

Inspecciono el aparcamiento de los estudiantes, repleto de relucientes Volvos y todoterrenos Audi, y echo una mirada a Frank. La única razón de que me encuentre aquí es el programa de reciprocidad que Harvard tiene con Bennett para los hijos de sus profesores. El folleto sostiene que es porque Marie Bennett, que fundó el colegio en el porche trasero de su casa en torno a 1800, era hija de un rector de Harvard, de ahí que desde entonces haya existido una «relación basada en el respeto mutuo».

—A saber qué significa eso —comenté anoche, después de que mi padre leyera en alto la descripción durante la cena.

—Significa que tener de alumna a la hija del director del Departamento de Neurociencias es bueno para la imagen de Bennett —explicó mi padre—. Y a cambio recibirás una educación secundaria de lujo gratis.

—¿Estás seguro? —pregunté ladeando la cabeza y enrollando mis espaguetis extrafinos con el tenedor—. Porque yo diría que conseguí la beca gracias a mis habilidades deportivas.

—Por supuesto —asintió mi padre siguiéndome la broma—. Probablemente fue ese trofeo que ganaste en cuarto. Recuérdame el motivo.

—Tiempo récord en el hula-hoop —dije antes de llevarme un bocado de pasta a la boca—. El momento cumbre de mi carrera deportiva.

—Eso era. —Se limpió la boca con la servilleta y me guiñó un ojo.

Aparco la bici delante del edificio principal, que más que un instituto parece la Casa Blanca, y recorro el lustroso vestíbulo de mármol prácticamente de puntillas porque no se me ocurre otra manera más apropiada de hacerlo. Llamo a la puerta del despacho del director con los nudillos para llegar puntual a mi cita de las nueve de «encuentro y bienvenida», expresión que anoche me hizo arrugar la nariz cuando la leí en mi carpeta informativa.

—Adelaaante.

La respuesta cantarina me sobresalta, pero no veo a nadie en la sala de espera, así que entro en el despacho del director Hammer evitando las miradas severas de los viejos retratos. Es como si la Biblioteca Pública de Nueva York se hubiese condensado en una pequeña habitación: madera oscura, lámparas de bronce e hileras interminables de libros.

—¿Qué has hecho?

Al oír esa voz me vuelvo tan deprisa que tropiezo con la mesita de centro y caigo de espaldas sobre la alfombra morada. Escudriño la figura que ahora me contempla desde

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