—Hoy comenzaremos el debate de uno de los temas de psicología social más populares —está diciendo el señor Levy.
Apenas le presto atención porque estoy totalmente embobada con las pestañas de Liam. Son tan largas que, aunque está sentado una fila por delante, ligeramente a la izquierda, puedo ver las puntas asomando por el perfil de su cara. Conozco esas pestañas. Aunque no las he conocido hoy, ni esta última semana. Las he conocido siempre.
Pero eso no significa que ellas me conozcan a mí. Desde que me largué del CDS con el pase de Lillian escondido en el bolsillo trasero del tejano, he estado pensando en esos pavos reales. Está claro que el Centro para el Descubrimiento de los Sueños es un lugar excéntrico, y yo he formado parte de él. Es más, al parecer de niña tenía pesadillas tan vívidas que necesité ayuda profesional para terminar con ellas. ¡Eso dice mucho de hasta dónde puede llegar mi imaginación! A saber de lo que mi mente es capaz. Todavía no sé explicar cómo, pero debí de ver una foto de Liam en algún lugar y mi cerebro hizo el resto. Lo cual no solo es bochornoso y patético, sino que me rompe el corazón. Saber que, en realidad, he estado sola en esto desde el principio.
—El tema del que hablaremos hoy es el amor —dice ahora Levy, y finalmente me vuelvo hacia la pizarra—. Pero para ello hemos de empezar por los aspectos básicos —continúa—. Apego. ¿Puede decirme alguien quién es el responsable del estudio sobre el apego? ¿Kevin?
—Hum, ¿Freud? —farfulla Kevin MacIntire en un tono casi inaudible.
Kevin es un niño grande que aún tiene que madurar. A veces lo pillo en clase mirándome embelesado, pero jamás me ha dicho nada, ni siquiera me saluda.
—MacIntire, ha respondido Freud prácticamente a todas las preguntas que he hecho este año. Admiro su perseverancia, pero lea lo que le mando. Liam, ¿tiene algo que decir? —Levy alza ligeramente el mentón para darle luz verde.
—John Bowlby —responde Liam de inmediato.
Como siempre, está sentado con la espalda recta y la mirada fija en la pizarra, en Levy o en su libreta, donde toma apuntes pulcros y concisos. Lo sé porque me paso la clase observándolo. Tiene unas muñecas perfectas. Fuertes y delicadas al mismo tiempo, de piel suave, las articulaciones descansando mucho más allá de los puños de su jersey de color avena, los cuales se ha subido hasta debajo de los codos. Me fascina lo bonitas que son y lo curioso que es que podamos tener delante una parte tan vulnerable e íntima de una persona y, sin embargo, apenas reparar en ella.
—¡Bowlby! —exclama Levy levantando los brazos en plan «¡Aleluya!» y sacándome de mi ensimismamiento—. Exacto. Para aquellos que, como Liam, han leído lo que les asigné, quizá recuerden que Bowlby creía que las primeras experiencias de la infancia tienen una influencia importante en nuestro posterior desarrollo y comportamiento en la vida. ¿Sí? Y que los estilos de apego se establecen por medio de la relación entre el niño y el cuidador o, en otras palabras, la relación del niño con sus padres. ¿Me explico?
Asiento y por un momento me pregunto qué ocurre si de pequeño apenas has tenido una relación con un cuidador. Si tu madre se fue a vivir a la otra punta del mundo y tú te pasabas las tardes poniendo tutús a tu bulldog obeso y haciendo ver que lo entrevistabas en el programa de Oprah.
—¿Puede alguien explicarme por qué formamos esos primeros vínculos? ¿Qué finalidad tienen? —pregunta Levy.
Silencio.
—La supervivencia —respondo sin levantar la mano.
Liam se remueve en su silla, pero no se vuelve. Levy parece gratamente sorprendido.
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Dreamology
Teen FictionAlice ha soñado con Liam durante toda su vida. Juntos han viajado por todo el mundo y se han enamorado profunda e irremediablemente. Liam es el chico de sus sueños, y solo de sus sueños... Pero el día en que lo conoce en realidad se da cuenta de que...