No puede decirse que yo no sepa qué es una pesadilla. Sé que las he tenido porque las pesadillas son justamente el motivo por el que fui al CDS. Pero nunca he sido capaz de recordar ninguna. Es como si el CDS no solo me hubiera dado algo nuevo y mejor, los mundos mágicos que creó, sino que hubiese borrado todo lo malo. Hasta hoy.
Después del sueño del mercadillo me he sentido rara todo el día, como si estuviera incubando alguna cosa. Es como si alguien me hubiera metido algo en el café, peor aún, como si alguien hubiera estado metiéndome algo en el café todo este tiempo, algo que me levantaba el ánimo, y hoy hubiera decidido dejar de hacerlo. Y nada consigue sacarme de ese estado. Ni los tres cafés que me he tomado desde el desayuno ni el trayecto en bici hasta el cole con el fresco aire otoñal de la mañana bajo un cielo intensamente azul. Tampoco el sobresaliente que me han puesto en el trabajo de Literatura ni el hecho de que en el Club de Terrarios consiguiera hacer un arreglo sin ayuda de nadie. No estoy deprimida ni nada parecido. Simplemente me siento rara. Por eso estoy deseando llegar al CDS y empezar a buscar una solución.
—Arriba. —Lilian se limita a señalar el techo cuando cruzo como una bala la puerta del antiguo observatorio.
Cuando, después del Club de Terrarios, fui a buscar a Frank abrazada a mi última esfera, me percaté de que no tenía nada con qué envolverla y tuve que depositarla cuidadosamente en la cesta y recorrer a pie tirando de la bicicleta los tres kilómetros que separan Bennett del MIT.
—Gracias —digo—. Por cierto, es para ti.
Dejo el diminuto ecosistema en el mostrador y, sin mirar atrás, corro escaleras arriba. Petermann está aguardando pacientemente en su despacho y la pierna de Liam no para de dar botes.
—¡Perdón por el retraso! Tuve un problema terrario, no me pregunte —anuncio mirando al doctor Petermann.
Temo mirar a Liam después de nuestro rifirrafe en el ascensor. Ya no echo humo, pero sigo enfadada. Y aunque lo de anoche fue solo un sueño, no puedo evitar sentirme dolida por la manera en que huyó de mí.
—No te preocupes —me disculpa el doctor Petermann, y me sorprende ver que lleva las mismas gafas con forma de corazón que el director Hammer lucía en mi sueño—. ¿Alice? —me llama. Parpadeo—. ¿Se encuentra bien?
Parpadeo de nuevo y las gafas vuelven a ser unas gafas normales.
—Creo que sí... —Me vuelvo hacia Liam y lo encuentro riéndose por lo bajo mientras da vueltas a un pisapapeles de un cráneo plateado con las manos—. ¿Qué?
—Nada —responde enderezándose y recuperando el gesto serio, como si le hubiera pillado in fraganti.
—Dilo. —Cruzo los brazos—. Estoy deseando saber qué te hace tanta gracia.
Liam suspira.
—No has cambiado nada. —Se encoge de hombros—. Eres olvidadiza, impuntual, irrumpes en los sitios con tu melena por todas partes.
Une las manos detrás de la cabeza con una sonrisa bobalicona, pero carraspea y vuelve a ponerse serio al reparar en la expresión de mi cara.
Estoy lanzándole dardos con los ojos, pero no puedo evitar observar que está contemplando mi pelo como si quisiera acariciarlo.
—Gracias por la observación —digo con fingida indiferencia.
Me mira.
—Tú me la pediste —replica—. No pretendía molestarte.
Nos sostenemos la mirada durante un minuto. A Petermann no podría importarle menos.
—Estaba hablándole a Liam de la ciencia de los sueños y de su finalidad. ¿Tienes alguna idea de por qué los estudiamos?
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Dreamology
Teen FictionAlice ha soñado con Liam durante toda su vida. Juntos han viajado por todo el mundo y se han enamorado profunda e irremediablemente. Liam es el chico de sus sueños, y solo de sus sueños... Pero el día en que lo conoce en realidad se da cuenta de que...