Capítulo 18

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Su expresión no varía en lo más mínimo al diferenciarme entre las sombras. Me mira fijamente, seria, como si nunca hubiera pasado nada. Eso por una parte me aterra, ya que no sé muy bien qué pensar de ello.

Por un momento, pienso que va a pasar de largo y a dejarme aquí, pero al llegar a mi altura se detiene. Aprieta suavemente los puños, supongo que con la intención en vano de no denotar nervios. 

Sus párpados se cierran durante unos segundos, haciéndome ver que su cabeza se encuentra alborotada por cosas que nunca seré capaz de conocer. Reflexiona por un instante, deteniendo el tiempo de ambas y demorando lo que sucederá a partir de ahora.

Cruza los brazos, lo que hace que un escalofrío recorra mi espalda. Por algún motivo, ese gesto no me transmite positividad, y temo las noticias que la entrenadora tenga que comunicarme. Llevo la mano al brazalete que reposa en mi muñeca derecha casi de manera instintiva, intentando mantener los pies en la tierra:

-¿Qué hace aquí? -consigo preguntar.

Mi voz rebota por los enormes pasillos, haciendo eco. a pesar de que no hay tensión, un presentimiento me mantiene alerta hasta que la mujer se decide a hablar:

-¿Cómo te encuentras?

Frunzo el ceño, sospechando de la evasiva a la pregunta. Sin embargo, muerdo mi labio inferior. He de admitir que hace bastante que nadie me pregunta eso:

-Cansada -admito-. Todo lo bien que puedo estar en estas circunstancias.

Asiente suavemente, como si intentara convencerse a sí misma de mis palabras:

-Supongo que quieres salir de aquí, ¿verdad?

Mis ojos se iluminan, y la ilusión llena mis venas en un segundo. Sin embargo, esa euforia no dura demasiado, lo cual tardo en comprender. Debería alegrarme ante la posibilidad de abandonar las horas en la sala morada, y utilizar a Cerbero con tanta frecuencia, pero hay una parte de mí que no se encuentra de acuerdo.

¿Qué es lo que me duele? ¿Qué es lo que me retiene aquí?

Oportunamente, como si la respuesta hubiese caído del cielo, escuchamos otra voz en el lugar:

-¡Saya!

Me giro, para ver a un chico de pelo verde con una gran sonrisa en el rostro. Tiene un balón de fútbol bajo el brazo, y viste con una camiseta blanca y unos pantalones cortos negros:

-Tenemos algo de tiempo libre, vamos a jugar un partido en la pista Galileo, ¿te vienes?

Levanto la comisura derecha de mi boca:

-¡Por supuesto! Adelántate, Jordan. Enseguida voy -sonrío.

El chico asiente alegremente, para luego salir corriendo en dirección al exterior. Cuando le perdemos de vista, las palabras de Xene de anoche aparecen en mi mente.

"No teníamos nada, así que te envidio, en cierta manera."

No son extraterrestres. Y aunque lo fuera, no son distintos a nosotros. No dejan de ser adolescentes, niños sin ninguna otra opción que acabaron aquí. El odio que antes arremetía contra ellos ha desaparecido a lo largo de las semanas que hemos pasado juntos.

Son una familia. Ríen, entrenan, se esfuerzan y sufren, todos unidos por el fútbol. Yo no pertenezco a esa familia, ya encontré la mía en el Raimon, pero no puedo dejar que ese brillo de luminosidad se apague entre estas paredes.

Por fin comprendo por qué una parte de mí se llenó de congoja al saber que es posible que la entrenadora me sacara de aquí. Alcé la vista, con una mezcla de miedo y determinación:

Fuego divino - Axel BlazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora