XXIV. La primera vez que ganamos algo juntos.

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Te regalo mis piernas,
recuesta tu cabeza en ellas.
Te regalo mis fuerzas,
úsalas cada que no tengas.
Te regalo las piezas,
que a mi alma conforman,
que nunca nada te haga falta a ti

Te voy a amar hasta morir.

Carla Morrison, Te Regalo.

     Febrero inundó la escuela de corazones rosas y rojos, perdí varias clases en medio de reuniones para la organización de la dichosa fiesta de San Valentín que media escuela estaba esperando. Llovían las ideas; estudiantes vestidos de Cupido, un pequeño estudio fotográfico con un fondo de colores rojo, rosa y morado, paletas con destinatario, recepción de cartas para todos, entre otros.

     Los concursos que organizaban las páginas de Facebook cada vez crecían más, y decidimos inscribirnos a uno pensando en que no ocurría nada si no ganábamos. Por azares del destino y mucho esfuerzo de nuestra parte el doce de febrero por la noche nos llegó la noticia de que habíamos ganado una cena para los dos en un sitio al que siempre había querido ir; era un restaurante que solía llenarse en cuanto el sol caía, estaba ubicado en lo más alto de Victoria y podían apreciarse todas las luces de los no tan enormes edificios, incluso las de las casas, los semáforos o aquellos faroles que iluminaban las calles sombrías.

     Recuerdo haberte llamado en cuanto dieron el resultado, gritando de la emoción ante el hecho de que habíamos ganado algo juntos. Estábamos tan felices que no podíamos esperar porque fuera el día siguiente, para vernos en persona. Aquella noche soñé que corría hacia tus brazos y que todos a nuestro alrededor nos felicitaban por el premio que habíamos ganado.

      Lamentablemente, al día siguiente por la mañana me encontré con que los hechos no habían corrido a nuestro favor. Mi padre –quién me llevaba a la escuela por las mañanas debido a la inminente oscuridad y lo lejos que me quedaba desde mi casa– se había quedado dormido, me sentí llena de impotencia, quería verte y quería ir a la escuela, no quiero alardear en esta carta porque en realidad el propósito principal de ellas no es eso, sin embargo... ¡No tengo buen promedio por faltar a clases!

     En medio de una llamada de disculpas de mi padre, acompañé a mi mamá al trabajo y me convenció que las cosas no tenían porque ser malas. En aquella ocasión pensé un montón en lo que representa la importancia que le damos a las situaciones que vivimos, conscientemente o no. Existen personas que dejan que un mal día les haga creer que tienen una mala vida, cuando en realidad no es así.

     Existen días imperfectos, y eso es un hecho. Sin embargo, depende del enfoque que le das a las cosas, tal vez el día siguiente este repleto de una felicidad que ayer creías imposible sentir.

     Esto lo aprendí aquel día, donde después de haber pasado por tremenda frustración llegó la calma abundante, acercándose a mi cual persona caminando encima de un frágil vidrio como en las películas.

     Llegó la noche en un abrir y cerrar de ojos, después de haber reclamado un pedazo del premio que era peinado y maquillaje, dos cosas que no formaban parte de mi vocabulario –por lo menos no tan seguido–. La estrellas habían salido desde que el reloj dio las siete, las luces de nuestra bella ciudad se encendieron esporádicamente decorando mi camino a encontrarme contigo.

     Mi corazón latía emocionado, y verte portando aquella camiseta blanca que tan bien les sentaba a tus hombros, no ayudaba en nada a mi ritmo cardíaco. Tenías un mapache de peluche entre tus brazos, tenía un globo con forma de estrella color rosado pegado del bracito y un moño amarillo con puntos blancos alrededor del cuello. Esbozaste una sonrisa mientras tus ojos recorrían de pies a cabeza mi cuerpo en aquel ceñido vestido que había usado en la fiesta donde habíamos bailado por primera vez.

Evocando a Gael.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora