XVI. La primera vez que me cantaste y que cantamos.

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El invierno llegó y él se fue.
Y cuentan que María sin él,
no se mira en los charcos.

La Oreja de Van Gogh, María.

Siempre te gustó la música, tenías tu bella guitarra llena de pegatinas extrañas, desde símbolos de grupos de rock clásico, hasta cosas sin sentido; llegué a regalarte un par de ellas varias veces.

Estoy feliz de que al menos una de aquellas pegatinas se quedará ahí, debajo del puente, permanentemente y de que me llevarás en tu preciada guitarra aunque yo ya no forme parte de tu vida.

Cariño mío, siempre fuiste una persona muy musical, tenías una banda, pasabas gran parte de tu tiempo componiendo canciones o tratando de hacerles arreglos a composiciones que ya tenías hechas. Solías decir que querías que cantara alguna de tus composiciones pero no pudimos llevarlo a cabo.

A pesar de que nuestra relación estuvo llena de música la primera canción que me tocaste en persona fue Every Breath You Take de The Police.

Recuerdo que no te sabías bien la letra pero hiciste un esfuerzo por cantármela una dulce mañana donde nos encontrábamos en la banca afuera de tu salón. Habías llevado la guitarra debido a que una amiga tuya te había pedido ayuda para llevarle una serenata a su novio, quería darle un detalle después de que había pasado bastante tiempo sin obsequiarle nada.

Observé tus dedos moviéndose en sincronía por el largo de las cuerdas, rasgándolas para que soltaran aquella melodía tan armoniosa.

Decías que tu canto era horrible comparado con el mío, yo solo podía pensar en aquella agradable sensación que tenía en el corazón al ser la primera vez que un chico me cantó.

Incluso cuando sabía que Every Breath You Take no era precisamente una canción romántica, me gustaba, amaba que me cantaras sin importar que fuera lo que dijeras.

Estando ahí, escuchándote y viéndote sonreír con dientes al final de la canción solo podía pensar en lo agraciada que me sentía.

Las mariposas de mi estómago disminuían conforme pasaban los días pero volvían cada vez que tus labios tocaban los míos, más aquellos que me tomaban por sorpresa, que no esperaba que pasasen pero cuando lo hacían me sacaban de la realidad y me mandaban a un infinito donde todo podría ser perfecto.

Lamentablemente, vivimos en la realidad y no podemos pasarnos el tiempo soñando.

A la hora de la salida llegó y era la hora de la serenata, la canción era Labios Rotos de Zoé, una melodía no tan difícil en la guitarra con una letra melancólica y especial que había sido elegida por tu amiga, me habías preguntado si quería cantarla contigo pero no tuve tiempo de aprendérmela como era debido.

Vimos bajando las escaleras a tu amiga junto a su pareja, comenzaron a caminar por la salida de la escuela, tú y yo los seguimos sigilosamente.

Pegados a las vías del tren, hacía un sol estrafalario, llevabas puesta una camisa de vestir color azul marino con las mangas arremangadas, tu cabello había crecido tanto que con ese calor te viste obligado a recogerlo en una coleta.

Aún recuerdo que gracias a aquel peinado, mi papá siempre te llamó «Coleta de Samurai» cuando preguntaba por ti, haciendo referencia a aquellos guerreros asiáticos que usaban esos peinados, acostumbraba compararte con ellos debido a tus severamente ojos rasgados y aquella coleta tan fundamental para ti en los tiempos de calor.

Evocando a Gael.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora