XXII. El primer anillo.

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Y me sentiría triste,
si nuestro amor fuera en vano

Entonces espero que veas,
que amaría amarte.

Evan Rachel Wood, If I Fell.

Al día siguiente de mi cumpleaños nos juntamos para seguir con la fiesta en otro de nuestros sitios más concurridos: una agradable plaza ubicada en el centro. Recuerdo haber usado un vestido color rosa con mangas blancas que acababan de regalarme el día anterior a pesar de que mi mamá me dijo que era una pijama, era muy cómodo y suave. Mi cabello había crecido más abajo de mis hombros y mi flequillo estaba lo suficientemente largo como para acomodarlo detrás de mis orejas.

Recuerdo aquel día como una de las citas que más aprecié.

Llegué antes que tú y te vi trotar hacía mi diciéndome que te habías tardado debido al micro. Usabas una camisa azul oscuro encima de otra un poco más clara y el cabello despeinado. Llevaste un suéter de la marca Harley Davinson que tu madre me había comprado con la excusa de que parecía una prenda que un motociclista usaría. Ella sabía que mi padre es un amante de las motos desde joven y que desde pequeña yo solía acompañarlo en sus aventuras, actualmente aún lo hago y en ese entonces incluso él me llevaba a la escuela en moto. Sonreíste cuando me viste ahí, sentada a un costado de las columnas que conectaban el teatro con la plaza, me tendiste el suéter y colocaste tu gorra café en mi cabeza con tanta suavidad que quedó ligeramente chueca.

Compramos un paquete de cuatro hot dogs para los dos y hablamos bajo el hermoso cielo azul. Era brillante y realmente inmenso, en aquel entonces solía creer que el cielo era igual de grande que nuestro amor. Cuando terminamos de comer y tiramos los restos de comida al bote de basura más cercano, decidimos ir a caminar a una librería que estaba a menos de una manzana de dónde nos encontrábamos.

Tu mano capturó la mía en plena caminata, recuerdo haberte dedicado una sonrisa suave antes de depositar un tierno beso en tu mejilla. En la mayoría de los casos yo era más de roces ligeros, mi corazón se estremecía cuando de improviso depositabas un sincero beso en cualquier fragmento de mi rostro, incluso a veces prefería más aquellos detalles a los besos en los labios.

Siempre me consideré una mujer rara por esto mismo, pero supongo que existen diferencias entre un humano y otro,  la gente suele decir que cada mujer es un mundo. Podríamos decir que somos planetas, tal vez en tu universo soy Plutón, ya que –técnicamente– no existo, ya no soy considerada alguien en tu vida.

Aquella librería no tenía mucha demanda, pero tenía varios ejemplares de mi novela, la misma que tú ya habías comprado. Por esto mismo quería pasar para preguntar cómo iban las ventas, pero al final no me importó demasiado. Aprecio mucho el dulce recuerdo de ti acercándote a mi oído con premura, acariciar un mechón de mi cabello antes de colocarlo detrás de mi oreja y susurrar:

—Siento como si fuéramos una pareja de casados y hubiéramos salido a dar la vuelta para despejarnos antes de pasar año nuevo en casa, juntos.

En aquel entonces, sonreí, y me imaginé la posibilidad de que lo que habías dicho pudiera volverse realidad. Me pregunté a mi misma cuanto tiempo faltaría para que aquella frase fuera una opción siquiera.

No solía usar gorras, pero en aquella ocasión me quedé con la tuya encima de mi cabeza solo por el hecho de tener la oportunidad de usar algo tuyo. Mis mejillas habían adquirido un tono rojizo al igual que mi nariz, todo esto debido a  que una ligera ventisca destacaba en aquel 31 de diciembre; al igual que tus hermosos ojos, cuya viva imagen se repite una y otra vez en mi cabeza.

Evocando a Gael.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora