capítulo 17

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Peeta guiaba el caballo al paso con Katnis a horcajadas recostada en su pecho. Cuando llegaron a tierras de los Mellark trató de incorporarse y él se lo impidió con suavidad.

—No hemos llegado.

—¿Adónde vamos?

—A un sitio que conoce muy poca gente.

Creyó que racionándole la información despertaría su curiosidad y así saldría del mutismo que arrastraba desde hacía más de media hora. Katniss se limitó a reclinarse de nuevo sosteniendo la cesta con ambos brazos. Al adentrarse en el pequeño bosque que se veía desde el rancho, Katniss pensó que la llevaba allí, pero aquella zona la conocía bastante gente.

—Debimos parar en casa a coger mis botas —comentó.

—No te harán falta, iremos con cuidado.Y si no puedes andar, te
cargaré al hombro.

Aquello por fin la hizo sonreír.

—Peso mucho.

—Pesas menos que una ardilla —
murmuró él besándola en el cuello.

Peeta se relajó al ver que se encontraba a gusto. Desde el incidente de la fiesta no había hecho más que
preocuparse por ella.

Cruzaron el bosquecillo casi hasta la
mitad y, en un punto donde el camino se bifurcaba, tomaron una dirección
desconocida para Katniss.

—¿Es un sitio secreto?

—Secreto no, porque pertenece al
rancho y lo conocemos todos los que
hemos vivido aquí. Pero no sube casi
nadie. Es un sitio especial.

Conforme iban dejando atrás la
espesura, se adentraron en un claro
tapizado de hierba y él mandó parar al caballo. Katniss estaba fascinada por las distintas tonalidades de verde que tenía a su alrededor. Había una humedad mucho mayor que abajo en los prados y creyó oír el murmullo del agua. Pese a montar delante, bajó todo lo rápido que pudo y le dirigió una mirada interrogante a Peeta.

—Es aquí.

—¿Por qué no me habías traído nunca? Es precioso —le reprochó sin
creer lo que veía.

—Porque nunca he traído a nadie,
excepto a Finn. También venía con mi padre, pero era él quien me traía a mí. Y, cuando era pequeño, a veces en verano subíamos toda la familia.

Katniss se sintió muy honrada de que
la hubiese llevado a un lugar que sólo
había compartido con personas tan
especiales para él.

—Se oye agua —comentó ella.

—Ahora verás —dijo mientras desmontaba.

Ató al caballo a una rama a la sombra y le tendió la mano. Katniss  tomó la cesta, se aferró a él y lo siguió en silencio. Se habían alejado apenas un
trecho cuando, al girar una curva,
apareció ante sus ojos lo más hermoso que recordaba desde que llegó a Mockingjay Creek.
A su izquierda, lo que parecía un
torrente se arremolinaba formando
espuma, y discurría prosiguiendo la
pendiente hasta llegar a un par de
escalones de piedra a modo de pequeñas cascadas que caían en un remanso. Allí el agua parecía perder su fuerza y se aquietaba para continuar corriente abajo. Con el día tan claro, el arroyo reflejaba los rayos del sol como un espejo y en los márgenes salpicados de lirios de agua, donde las ramas de los pinos proyectaban su sombra, la transparencia era tal que permitía ver el fondo de arena y guijarros.
Katniss se abrazó a Peeta y hundió la cara en su pecho. No lloró pero sacudía los hombros por la emoción. Aquel contacto con la naturaleza era lo más parecido a su vida como lakota que tenía en los últimos ocho años.

Dama de tréboles (Katniss & Peeta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora