Capítulo 12

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Peeta afilaba con esmero la punta del lápiz mientras repasaba mentalmente los apuntes contables que acababa de anotar.
Ojeó los pastos a través de la ventana de la cocina. Pronto tendrían encima la cosecha del heno, en tres semanas a lo sumo. Debía pensar cómo distribuir las tareas entre todos los peones, incluso Sae y Katniss tendrían que arrimar el hombro. Ahora era el mejor momento para darle el libro que encargó. Más adelante, la cosecha y el ganado los mantendrían tan ocupados que no dispondría de tiempo libre para leer. Aunque en los últimos días, su relación era tan tirante que tal vez acabara lanzándoselo a la cabeza. Tan absorto se encontraba, que no reparó en que no estaba solo. Limpió con cuidado las rayas de grafito del filo del cuchillo y, al volverse, se la encontró mirándolo con cara de sorpresa.

—Usas lentes —comentó desconcertada.

Peeta maldijo por lo bajo y con una  velocidad asombrosa se quitó los lentes y los guardó en el bolsillo de la camisa.

—¿No te han enseñado a llamar a la puerta? —preguntó entre dientes.

—Pero si está abierta—protestó—Nunca te había visto con ellos.

—Solo los necesito para leer—sentenció muy erguido— Y ni una palabra más.

—He entrado porque necesito algo de sosa—Se excusó mientras removía en la alacena.

Pero Peeta no llegó a oírla porque con cuatro vigorosas zancadas había vuelto a sumergirse en sus cuentas.

Katniss regresó deprisa al lavadero y se entretuvo en frotar la ropa empleando mucho más tiempo del acostumbrado. No pensaba entrar en casa hasta que él se hubiera marchado con el ganado. Lo último que quería era comenzar otra jornada con un enfrentamiento.

—Debes tener cuidado con esa mano— oyó la voz de su marido a sus espaldas.

Katniss dio un respingo. Se miró ambas manos y alzó la vista sin entender.

—La cicatriz —aclaró—. No debes exponerla a posibles heridas y no haces más que maltratarla.

—Alguien tiene que ocuparse de la colada.

—Utiliza guantes, en el barracón hay de sobra.

—¡No puedo lavar la ropa con guantes de cuero! —protestó incrédula.

La escrutó en silencio con la cabeza ladeada. Katniss entendió aquella mirada y se abstuvo de hacer ningún comentario con respecto a los lentes. Peeta le tomó la mano y le acarició la cicatriz con el dedo índice. Ella trató de retirarla, avergonzada por tenerla tan húmeda y enrojecida, pero él se lo impidió.

—Al menos intenta ser cuidadosa. Si te lastimas en el mismo sitio no
cicatrizará bien. Podrías perder movilidad en esa mano.

—Trataré de hacerlo— aseguró incómoda.

No entendía tan repentino interés.

—¿Te pagan bien en el hotel? A tus tartas me refiero.

—A treinta centavos cada una.

—Tienes que saber dirigir tu negocio. Hazte de rogar, la has acostumbrado y te necesita —le explicó sin dejar de mirarla—. Si Sedeer ve que no las tiene siempre que quiere, aumentará el precio.

—Sabes mucho de negocios.

Peeta, sin soltarle la mano, recorrió con el pulgar el contorno de su boca.

—Todo funciona así— murmuró— Las cosas, cuanto más difíciles son de conseguir, más se desean.

En ese momento, Katniss solo deseaba queinclinara la cabeza y la besase. Ahora que conocía sus besos, soñaba con ellos. Y hacía mucho que no la besaba. Peeta se llevó su mano a la boca y con los labios le acarició los nudillos. Sin añadir palabra, se alejó en dirección a los establos. A Katniss aún le latía el corazón demasiado rápido cuando el sonido de cascos alejándose le indicó que se había quedado sola en el rancho.

Dama de tréboles (Katniss & Peeta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora