Capítulo 22

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Ya en el claro, Peeta dejó las toallas en el suelo y la abruzó por la espalda recostando la barbilla en su pelo. Durante un par de minutos, guardó silencio para que su mujer pudiera disfrutar de la contemplación que tan feliz la hacía. Por fin se puso frente a
ella y comenzó a desabrocharle la blusa.

—Hay algo que me preocupa desde hace días —confesó Peeta.

—¿Pasa algo? —preguntó Katniss
con semblante preocupado.

—No. —Sonrió y ella respiró
aliviada— Me preocupa algo entre nosotros.

Katniss levantó la cabeza con
brusquedad. Al notar su desasosiego, Peeta le besó el pelo con una sonrisa.
Tantos años reprimiéndose y por fin había logrado liberarse de tanta atadura. La chica gris de hacía semanas era un modelo de contención, pero su mujer era
transparente como el agua.

—Quiero que seas feliz a mi lado,
pero no un poco feliz, tienes que serlo por entero. No me conformo con menos—le explicó peleándose con un botón.

—Y lo soy, ¿vas a explicarme de una vez qué pasa?

—Hace días me dijiste que echabas de menos algo de tu vida en las praderas. —Ella sonrió—. A mi lado no quiero que eches nada en falta.

Acababa de entender tanto misterio, pero lo empujó con ambas manos por haberla asustado. Él la atrajo de nuevo y con una sonrisa golosa le levantó la falda.

—¿Qué llevas debajo?

Forcejeó con una risita palmeándole las manos.

—¡Para! Lo que más te gusta —dijo con una mirada tan ingenua como sugerente. A toda prisa, Peeta acabó de desabrocharle la blusa y, mientras ella se la quitaba, se agachó y le bajó la falda y las enaguas hasta los pies. Ella salió del embrollo de ropa y él le quitó las botas. Mientras le bajaba las medias, recorrió sus muslos con pequeños mordiscos que la hicieron reír y gritar.

Una vez estuvo ante él descalza y sólo cubierta por el fino conjunto de culote y camisa de seda, le aferró ambas manos y le alzó los brazos para admirarla. La obligó a girar sobre sí misma; su larga trenza la seguía como una estela. Sintió una creciente erección, pero se impuso a su deseo. Aquel deleite tenía que durar.

Katniss se soltó de su mano. Sin
mirar atrás, pero consciente de su atenta mirada, se dirigió al remanso. Introdujo los pies y la primera impresión fue que el agua estaba muy fría. En cuanto le llegó hasta la rodilla, se sintió mejor que nunca. Se agachó y con las manos comenzó a mojarse los brazos.

Peeta la miraba con codicia. En
aquella postura, la seda permitía una visión de su trasero que le provocó deseos de morder. Le entraron ganas de acompañarla y empezó a quitarse las botas. Se acercó a ella y, de pronto, le entró un arrebato de malicia infantil. Se adentró con sigilo e impulsando un pie le lanzó agua por sorpresa. Ella reaccionó con un grito por la impresión de notar en su espalda el agua fría y se giró con actitud vengativa. Trató de hacer lo mismo, pero como desconocía
el terreno, perdió pie y cayó de espaldas al agua. Peeta al principio se asustó al no verla salir, pero de repente la vio emerger como una carpa. No había por qué temer: nadaba como un pez. Y pudo comprobar por la expresión de su rostro que estaba mitad furiosa mitad divertida. Lo cierto es que se sintió culpable pero, ¡qué diablos!, habían subido para bañarse.

Él se desnudó ante su atenta mirada luciendo un semblante travieso. Katniss, con una sonrisita peligrosa, levantó un dedo acusador para señalar su miembro erecto y desafiante.

—No esperes utilizar eso esta noche después de lo que acabas de hacer — sentenció. Peeta soltó una carcajada. Se lanzó al agua y la atrapó entre sus brazos impidiéndole toda posibilidad de escapatoria.

Dama de tréboles (Katniss & Peeta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora