Capítulo 8

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Peeta se caló el sombrero a salir del
banco. Mientras guardaba en la alforja el sobre con el dinero de los salarios, observó a Glimmer y Clove, la hija del predicador. Paseaban del brazo muy entretenidas en sus chismorreos, mirando con descaro hacia la consulta del doctor.

Peeta advirtió con pesar un remiendo en la falda de Katniss, e intuyó hacia quién iban dirigidas las burlas. No eran tan pobres. Podía permitirse el lujo de hacerse no una, sino varias faldas nuevas. Pero su cabezonería era desesperante. De todos modos, no pensaba tolerar que su esposa fuese objeto de la crueldad de la señorita Keller. Tomó la montura de las riendas y, al cruzarse con ellas, las fulminó con una mirada de advertencia. Las risas cesaron de golpe Glimmer giró la cabeza chasqueando la lengua; levantó la vista hacia las ventanas del piso superior del saloon y se quedó sin habla. Un par de mujeres apenas cubiertas por un corsé, le lanzaron una mirada descarada y se besaron en la boca. El hombre que apareció tras ellas, las rodeo con ambos brazos y dedicó a Glimmer una sonrisa provocativa mientras con la lengua se
recorría lascivamente los labios.
«¿Dos mujeres hacen esas cosas? ¡Oh, Dios! Y Marvel Smith... ¡con dos mujeres!», pensó temblorosa. Se trataba de él, seguro. Días atrás se había presentado en la tienda y ya entonces la había impresionado. Ese si que era unhombre con agallas: se atrevía a desafiar a todo Mockingjay Creek exhibiéndose con aquel par de furcias a plena luz del día. Durante el resto del paseo no escuchó ni una palabra del incesante parloteo de Clove.

Entre tanto, Peeta llegó hasta la
consulta del medico y observó que a
Katniss se la veía alegre. Tal vez echaba de menos el ambiente bullicioso de Kiowa, mucho más entretenido que la monotonía de un rancho. Reconoció a regañadientes que tampoco él se esforzaba por ser una compañía agradable. Al ver a Cressida se le ocurrió laidea.

—¿Qué tal doctor? —saludó con la
cabeza—.Señoras.

—De haber sabido que venías, te
hubiese encargado las compras — comentó Katniss.

—Y yo me habría quedado sin mi
regalo —protestó el doctor. Katniss
disimuló una sonrisa, ante la divertida mirada de Cressida. A Peeta le intrigaba saber qué se traían entre manos los tres, pero no preguntó.

—He venido al banco, pero ya iba
de regreso...

—Yo también. Tengo el caballo en la
puerta del almacén, ¿vienes? —preguntó dubitativa.

—Enseguida te alcanzo. Quiero
hablar un momento con Cressida, pero espérame y volveremos a casa juntos.

Katniss, de camino al almacén,
supuso que tanta amabilidad se debía a la presencia de extraños.

—Señor Mellark, ¿quería hablar
conmigo? —preguntó Cressida cuando Katniss ya no podía oírlos.

—Si. Verás, mi esposa pasa demasiados ratos sola en el rancho.—
Ella asintió con un suspiro de resignación—. Si contase con algún
libro de su gusto, se encontraría más
entretenida, y los que hay en casa son
todos de viajes.

—¡Oh! No se preocupe. Esta misma
tarde buscaré un par de novelas.

—No me refería a eso. Quisiera encargar un libro para ella, pero no sé qué puede gustarle. Tú eres una mujer instruida y tal vez se te ocurra alguno, algo propio de mujeres —explicó con
evidente incomodidad.

—Déjelo en mis manos, sé de uno
que entusiasmará a Katniss. A la señora Mellark, quiero decir—rectificó.

Peeta la estudió divertido, otra damita de ciudad que se empeñaba en guardar las normas de cortesía.

—Yo tengo pensado viajar a Denver
la próxima semana para pasar unos días con mis nietos, si te parece podría comprarlo —intervino el médico— Conozco una librería bastante importante.

Dama de tréboles (Katniss & Peeta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora