Capítulo 20

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Ya estaba el sol bastante alto cuando el matrimonio Mellark saltó de la cama.
Se vistieron a toda prisa sin dejar de reír porque, como habían supuesto de dedrugada, iban a llegar tarde al sermón. A Katniss solo le preocupaba la irrupción en la iglesia.
Y

a le parecía estar viendo todas las cabezas girándose a un tiempo cuando ellos hiciesen su entrada. Decidió no perder el tiempo en peinados y se limitó a darse un rápido cepillado y retirarse el pelo de la cara recogiéndolo en una coleta anudada con un lazo en la nuca.
Se miró al espejo y el resultado le pareció demasiado juvenil para una mujer casada, pero lo dejó tal cual. Mientras terminaba de ajustarse el cinturón negro a la espalda, contempló con deleite a su marido, que ese día había decidido utilizar chaleco para poder lucir el reloj.
La prenda, de doble botonadura, solapa estrecha y amplio escote en óvalo, estaba a la última moda.

Cuando terminó de peinarse fue
hacia ella y la rodeó con los brazos.
Estaba tan atractivo que a Katniss le papitó muy rápido el corazón.

—¿Dispuesta a exponerte a la
mirada reprobadora de todo Mockingjay Creek?

—Si tú estás a mi lado, no me importa —añadió ella con una amplia sonrisa.

—Estoy agotado —murmuró.

—Yo también, pero jamás hubiese imaginado que el cansancio podía ser tan dulce—dijo acariciando su mejilla.

—¿Te hice daño?

Ella negó en silencio y se abrazó a
él. Peeta la acogió entre sus brazos
estrechándola con fuerza y hundió el
rostro en su pelo.

—Vamos —resolvió soltándola, con la certeza de que ahora sí que iban a
llegar tarde de verdad.

Salieron a toda prisa, sin parar más
que para tomar al vuelo el sombrero de vestir. Al entrar en el establo, decidieron ensillar solo un caballo para ahorrar tiempo.

Una vez en el patio, Peeta enganchó
el pie en el estribo con intención de
montar, pero Katniss se lo impidió
agarrándolo del brazo.

—Yo voy delante. Si monto detrás se
me arrugará la falda.

—¿Y delante no se arruga?— preguntó con sorna.

—Se arruga menos.

Sin acabar de entender el asunto de
las arrugas, montó tras ella y la
acomodó entre sus piernas. Con el
caballo al galope, Katniss de mostró una estabilidad sorprendente enroscando su coleta para introducirla en el cuello de du blusa. Pareció notar la mirada confusa de Peeta en su nuca.

—Para que no se me enrede —le
explicó girando un poco la cabeza.

Peeta no dijo nada. Aún no salía de
su asombro al comprobar la
transformación sufrida por su esposa.

El trayecto lo recorrieron en menos
de la mitad del tiempo acostumbrado.

Casi a las puertas de la herrería, Peeta frenó y desmontó de un salto.

No esperó a que ella bajara por sus medios, la tomó por la cintura y la hizo descender con facilidad. Una vez puso los pies en el suelo, en el tiempo que él tardó en atar el caballo, Katniss se sacó la coleta de la blusa y con dos movimientos de cabeza se recolocó el peinado. Peeta la tomó de la mano, la arrastró tras él y recorrieron veloces el breve trayecto hasta la iglesia para no demorarse más. Pero justo a las puertas se encontró con la oposición de su esposa, que de un tirón lo hizo parar en seco. Se giró y la vio alisarse la falda.
Con el pelo cayéndole en ondas por la espalda, la blusa blanca y la falda verde con detalles negros en el bajo, le pareció que brillaba como un ángel.

Dama de tréboles (Katniss & Peeta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora