Epílogo

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Rancho Mellark, Mockyngjay Creek, Colorado.
Agosto de 1894

Para Peeta, el domingo era el mejor día de la semana.

Katniss acababa de preparar el desayuno y avisó a su numerosa familia para que acudiera a la mesa. Había que darse prisa para no llegar tarde al sermón.

Además, era un día muy especial: Su sobrino volvía a casa. Por fin, tras dos años ejerciendo en el hospital de Denver, regresaba a hacerse cargo de la consulta del doctor Latier, que retirado de la profesión, acababa de mudarse con su hija.

Delly y él llevaban tres años casados y volvían con su hijito. Echaban de menos la vida sencilla de Mockyngjay Creek y habían decidido establecerse definitivamente allí.

Un nieto más para los Odair, el cuarto. Annie y Finnick se quejaban porque desde hacía treinta años no se habían visto ni un momento sin un niño a su alrededor pero eran felices con aquella nueva generación.

Porque Rory se casó con una belleza pelirroja de Denver con espíritu de ranchera que había traído al mundo a dos Odair de pelo rojizo que eran el terror del rancho. Y Rue se había casado también.

Empezó yendo al hotel con la excusa de llevar tartas y al final se quedo allí para siempre. Con su pequeño en brazos y otro en camino, dirigía con entusiasmo el establecimiento junto a su esposo, aunque contaban con la ayuda de sus suegros. En cuanto a Posy, se había convertido en la belleza más perseguida del Estado y su madre, para evitar el acoso de tanto enamorado, la obligaba a acudir al pueblo acompañada de Tommy, cosa que ambos aceptaban de muy mala gana.

Katniss entró en la habitación y movió la cabeza, como venía haciendo todos los domingos desde hacía años. En cuanto ella dejaba la cama, empezaban a aparecer los niños que hábilmente se hacían un hueco en el lecho de sus padres.

Allí estaba Peeta, con los brazos en cruz y a ambos lados, acurrucados y revueltos, sus hijos pequeños.

—Por aquí que no vengan mucho, ¿eh? —le recordó Katniss.

Eso había dicho años atrás, pero los niños sabían que el domingo había vía libre para retozar un rato con papá. Peeta simuló un gesto de impotencia con las manos y Katniss sonrió al verlo tan orgulloso. «El león y sus cachorros» pensó.

Habían construido un hogar lleno de amor y de niños, como ella quería. No se conformaron con solo dos niños.

Katniss siempre reía diciendo que no estaba nada mal: cinco en diez años. El primero, Rye. La Segunda, Arabella. La tercera, Willow que no vino sola; su mellizo Darius fue una sorpresa para todos y, como su hermano, era el vivo retrato de su padre.

Dos años después nació Thomas.  Excepto Willow y Thomas, todos eran azabaches como Katniss, los otros cuatro eran auténticos
Mellark. Sobre todo Rye, que era el más irlandés. Un virtuoso del fiddle a sus nueve años, para orgullo de Aaron, que aseguraba que su discípulo lo superaba con creces.

Al fin, tras dos generaciones en silencio, aquel violín que viajó desde la vieja patria volvía a sonar a manos de un Mellark. Arabella y Willow eran la admiración de todos y el principal motivo de preocupación de su padre, asustado al imaginar su belleza cuando creciesen.

El rancho Mellark había cambiado un poco durante esos diez años. Hicieron construir cosas nuevas, como el salón, donde pasaban cómodamente las veladas frente al fuego. También ampliaron el número de dormitorios conforme aumentó la familia, aunque, desde hacía tres años, el desván se había convertido enterritorio de las niñas.

Sobre todo en aquellas fechas. Durante el mes de agosto, los Collins enviaban a Mockyngjay Creek a sus tres hijas a pasar una semana de vacaciones al rancho. Ellas estaban encantadas de poder disfrutar de aquellos días en el campo y tanto Arabella como Willow esperaban su llegada con impaciencia.

Dama de tréboles (Katniss & Peeta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora