7. Una chica guapa, es una chica guapa

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Frío.

Eso era lo que Luna sentía en ese mismo momento.

Con las prisas de apagar el fuego, había olvidado totalmente coger un abrigo, y había utilizado todas las mantas para apagarlo.
Se abrazó a ella misma, frotando sus brazos para entrar en calor. Mientras trataba de entrar en calor, recordó otro de sus problemas: ¿Dónde estaba su caballo?

—Mierda...

Lo último que le faltaba era perder el caballo de la señora Ackerman. Se llevaría una buena reprimenda. Una gélida brisa recorrió el lugar, que hizo estremecer a Luna. Castañeaba con los dientes, y sentía que sus piernas fallarían, pues poco quedaba para que dejase de sentirlas por completo.

—Luna, ¿qué tal estás? —le preguntó Gilbert sentándose a su lado.

No hicieron falta las palabras para ver la incomodidad de la chica. Blythe le tomó con cuidado una mano, y la estrechó con la suya.

—Está congelada —comentó, más para sí mismo que para Luna—. Vuelve a casa y abrígate bien. Cogerás un resfriado.

—Di-dificil e-es —le contestó tratando de no tiritar demasiado—. He per-perdido mi caba-caballo —confesó.

Tras pensar en una solución, lo único que se le ocurrió a Gilbert fue darle cobijo en su casa, pues él tenía caballo, y no tardarían mucho en llegar. Cuando se lo propuso a la chica principalmente se negó con la excusa de que sería una molestia y debería de buscar su caballo, pero tras insistir, ella aceptó.

Llegaron a casa de Gilbert, y el chico tras dejar el caballo en el establo, le dirigió a la sala de estar, donde encendió la chimenea. Las rojizas llamas comenzaron a desprender calor, y Luna se arrimó a él. El chico buscó alguna manta, y se la colocó encima a la oriental, y lo mismo hizo con él mismo.

Poco pasó para que se quedase dormido en el sofá, pues se habían despertado sobre las tres de la mañana, y en ese momento rondarían las cinco. Luna, al no poder dormir, con la manta en mano salió al porche, donde pudo contemplar el precioso color anaranjado y rosado que obtenía el cielo al amanecer.

—¿Qué haces despierta? —le preguntó el chico somnoliento, ya que se había despertado al no notar la presencia de la chica.

—No podía dormir —le dijo ella sin apartar la vista del cielo.

Gilbert se sentó junto a Luna, y con su manta la tapó, quedando así sumergidos en un cálido abrazo. Fue en ese momento en el que el sueño invadió a la chica, exponiendo su cansancio, y durmiéndose en el hombro del pequeño Blythe.

De esa manera fue que los encontró la señora que cuidaba de la casa y de su padre los días de escuela de Gilbert. La mujer despertó primero al chico, que residía tumbado en el suelo abrazando a Luna. Al momento se le ruborizaron las mejillas a Gilbert. Él la despertó con suaves movimientos.

Luna se frotó los ojos somnolienta, y miró a todos los lados desorientada. Dejó su mirada inmóvil en los ojos de Gilbert, y tras gruñir de una forma muy tierna para el Blythe, se volvió a tumbar en su pecho. Apretujó la camisa de Gilbert con sus dos manos, y escondió su rostro en busca de calor.

—Luna —la llamó riendo, aunque el sonrojo seguía presente—, anda despierta, tengo que ir a ayudar en la casa de los Gillis.

A modo de respuesta, Luna frotó suavemente su cabeza en el pecho de Gilbert, dándole a entender que no tenía intención alguna de levantarse. Al final, fue Gilbert quien se levantó, cogió a la Ackerman como una princesa, y se la llevó a su cuarto.

Allí la tumbó y tapó con la manta. Gilbert le pidió a la señora que cuidaba la casa que también cuidase de Luna, y que si quería volver, le proporcionase un caballo. La mujer asintió, y de esa forma el chico pudo irse más tranquilo a las reformas.

Unas horas después Luna despertó. Buscó a Gilbert, pero en su lugar, se encontró con una señora. Ésta le dijo que se quedase hasta que Blythe volviera, pero ella lo rechazó, ya que tenía que encontrar su caballo.

La señora le dejó uno, y Luna le prometió que se lo devolvería.

Así fue como la azabache se aventuró en busca de su animal. Lo buscó en los alrededores de la casa de los Gillis, por el bosque, y hasta se alejó un poco de Avonlea. Pero nada, la búsqueda fue en vano.

No sabía cómo iba a explicárselo a su madre. Seguro que se enfadaría mucho con ella, y el mero hecho de pensarlo le erizaba la piel. Cabizbaja volvió a casa de Gilbert, y ahí devolvió el caballo, para seguidamente irse a su casa. Hacía frío, mucho, pero lo único en lo que pensaba era en la reprimenda que le caería.

La noche cayó, y con ella la llegada de la señora Ackerman. Luna se encontraba en la mesa de la cocina, y en cuanto vio a la señora entrar, se puso de pie y derecha.

—¿Qué tal en mi ausencia? —preguntó.

—B-bien, bueno —titubeó Luna. Charlotte la miró intrigada—, hay algo que tengo que decirle, madre...

—Desembucha niña —exigió la señora.

—Y-yo... He perdido su caballo —Luna se mordió el labio inferior, y escuchó el pesado suspiro de la señora Ackerman.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? No tenemos más caballos, y tampoco dinero para comprar otro —le dijo en tono de reproche.

—L-lo siento —se disculpó de todo corazón—. Pro-prometo que haré lo imposible p-para comprar otro.

—¡Deja de tartamudear! —le gritó exasperada—. Sabía que no era buena idea adoptar a una cría. Esas señoras que me llenan la cabeza de pájaros...

Al no saber qué responder, Luna guardó silencio. Charlotte pasó una mano por su cara y luego por su pelo, resoplando a cada rato. Luego, cogió un cinturón, y se fue acercando a la niña con paso tranquilo.

—Pon las manos —le ordenó. Peor Luna no entendió lo que quería decir—. ¡Que me muestres las palmas de tus manos!

Se sobresaltó, pero de todas formas así lo hizo. Sintió algo golpear contra ellas, y de seguido un leve ardor, que con cada golpe se volvía más intenso. Al final, acabó teniendo las palmas de las manos rojas, con alguna herida sangrante.

—Vete. Hoy no cenas —dijo la señora Ackerman, mientras guardaba el cinturón y se iba a su dormitorio.

Luna se limpió las lágrimas con el dorso de su mano. Se acercó al fregadero, pero no fue capaz de abrir la llave del agua, pues las manos le dolían mucho como para coger nada. Sólo le quedó lamerse las palmas. Escocía, pero al menos era algo.

En el baño encontró unas vendas, que utilizó para venderse las manos.

*

*

*

A la mañana siguiente, la escuela volvió a abrir sus puertas.

Gilbert andaba hacia allí, cuando se encontró con Billy y su pandilla, que se acercó al chico.

—Hey Gilbert —le saludó Billy con un choque de manos.

—Hola Billy.

Siguieron andando hacia la escuela, cuando de soslayo vio la silueta de su amiga entre los árboles. Inevitablemente se quedó pasmado mirándola, dejando de hacer caso a las cosas que decía el Andrews.

—¿Gilbert? —le llamó Billy, pero no le contestó—. ¿Qué miras tanto?

El chico y su pandilla miró hacia el lugar que miraba Gilbert, encontrando a la asiática parada en un árbol.

—¿Te gusta la nueva? —le preguntó pícaro Billy.

—¿Qué dices, tío? No, no me gusta —dijo no muy convencido Gilbert.

—¿Y por qué te quedas mirándola tan fijamente siempre que está cerca?

Billy volvió a echar una mirada a Luna.

—¿Qué tiene de especial? Su pelo y ojos son muy simples.

—Pero hay que admitir que es guapa —comentó uno de los chicos que acompañaban a Billy.

—¿Tú qué piensas, Gil?

—Bueno, una chica guapa, es una chica guapa.

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora