Claro que Luna no quería que le viesen las manos, y menos Gilbert. Sabía que se preocuparía de más, y algo que a Luna no le gustaba era que la tuviesen compasión, pena.
Las primeras horas de la mañana lo ocultó sin muchos problemas. A Anne le dijo que fueron heridas leves porque se raspó las manos con una cuerda. Esa excusa sirvió para apaciguar la curiosidad de la pelirroja. En la hora del almuerzo, en cambio, no fue tan fácil. Le era difícil coger el bote de leche o la comida por el dolor que le causaba las heridas aún abiertas, por lo que no podía comer a gusto.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Gilbert por detrás.
Luna puso una cara inocente, como si con ella no fuese la cosa, pero claramente, con Gilbert no funcionó. Señaló sus manos aún vendadas, y puso una mueca diciendo "eso, esos bendajes de tus manos".
—Ah, ¿ésto? No es nada, sólo me raspé las manos con una cuerda. ¡Mira qué bonito día ha quedado hoy! El cielo está despejado.
—No me cambies de tema Luna Ackerman —le reprochó Gilbert. Decidido, la técnica evasiva no funcionaba con el moreno.
—¿Qué...? —cuestionó con voz aguda Luna. La misma que ponía cuando mentía y sabía que le habían descubierto—. ¡Pfff, Gilbert! —le dio un leve golpe en el hombro al muchacho—. Claro que no estoy cambiando de tema...
—Me mientes fatal —le aclaró el chico—. Quizás a otros les engatuses, pero a mí no. Ahora dime, por qué tienes esos bendajes en las manos.
Con un poco de brusquedad cogió la mano derecha de Luna por la muñeca, alzando su brazo y dejando caer la manzana que sujetaba. Al instante la chica puso una mueca de dolor.
—Ésto, las heridas de tus manos. ¿Cómo o quién te las ha hecho?
Luna bajó la cabeza.
—Yo... Ya te he dicho que no es nada —repitió con voz baja.
Gilbert cogió su otra mano, y se las quedó mirando.
—Luna —la chica alzó su cabeza, mirando a sus marrones ojos—, si no me dices la verdad, no podré ayudarte.
¿Por qué? Siempre he podido engañar a todos, no tengo pavor en mentir a los demás. Entonces, ¿por qué a él no puedo? ¿Por qué no puedo mentir a Gilbert como hago a los demás?
—Fue... F-fue la señora Ackerman —confesó al fin.
Gilbert la miró con los ojos bien abiertos. Pero por alguna extraña razón, no le sorprendía tanto. Cómo que se esperaba que la señora Ackerman fuera así, pero no quería juzgar.
—¿Por qué? —preguntó con voz dura.
—Por perder su caballo.
Gilbert suspiró. Vale que se enfadase por perderlo, pero no era excusa para pegar a la muchacha. Soltó las manos de Luna, y en vez de alejarse, la abrazó. No dijo nada, solamente la abrazó.
—Luego, ven a mi casa —a Luna se le coloraron las mejillas, e inevitablemente Gilbert lo notó—. No te hagas ideas indecentes —le regañó de modo cariñoso—. Te curaré las heridas, y te acompañaré a casa. Si te dice algo, yo hablaré con ella.
Luna asintió. Se sintió bien. Se sentía bien que alguien se preocupase por ella. Era algo nuevo. Se separaron del abrazo, y entraron a clase.
Las horas pasaron, y Luna y Gilbert ya se dirigían a casa del anterior nombrado. Hablaban de cosas triviales para matar el tiempo. Al llegar al hogar del Blythe, se encontraron con la señora que cuidaba la casa. Gilbert se despidió de ella, y entraron a casa. En la cocina, en un armario, guardaba un botiquín de primeros auxilios con el que curó las heridas de Luna.
—¡Ay, cuidado! —se quejaba Luna cada vez que Gilbert posaba un algodón con alcohol en las heridas abiertas.
—No seas quejica —se burló—, te recordaba más fuerte.
Luna frunció el ceño, apretó los labios e infló los mofletes. Siempre lo hacía cuando alguien se burlaba de ella.
Gilbert acabó, dándole un nuevo vendaje. Hicieron los deberes juntos aprovechando el momento, y volvieron a tomar viejas costumbres. Jugaron bastante rato, hasta que comenzó a atardecer.—Te acompaño a casa —le dijo Gilbert a Luna.
Cogió el abrigo, y se encaminaron a casa de Luna. Al llegar, el primero en tocar la puerta fue él, dejando a la chica detrás suya.
—¡Luna, ¿dónde te habías metido?! —oyeron gritar a Charlotte.
—Buenas tardes, señora Ackerman —saludó cordialmente Gilbert.
—¿Quién eres, niño?
—Soy Gilbert Blythe. He venido a acompañar a Luna a casa. Hemos estado juntos haciendo los deberes, pues no entendía algunas cosas de matemática.
—Ah —respondió Charlotte—. Luna, entra —le ordenó a la niña.
Luna salió de detrás de Gilbert, escondiendo sus manos en la espalda y con la cabeza gacha. Gilbert la miró preocupado.
—Puedes irte. Gracias por acompañarla —le dijo secamente la señora Ackerman, y tras aquello, le cerró la puerta en las narices.
Aquella tarde fue más dura de lo normal. La mantuvo trabajando hasta altas horas de la noche, en los establos, cuidando los animales, el pajar, la cena... No tuvo consideración por las heridas.
—Ya puedes irte a la cama —le avisó la señora Ackerman—. A partir de hoy, harás las tareas de la casa, y pensarás en una manera de conseguir un caballo. Podrás estar por ahí con tu novio el tiempo que quieras mientras hagas lo que te digo.
—Sí, señora Ackerman —contestó Luna sorprendida.
Se apresuró en dejar todo en su sitio, y se fue a su cuarto. Era tarde, pero no conseguía conciliar el sueño. Recordó sus años en el orfanato, los paseos nocturnos, y lo único que su madre biológica le dejó; una canción de cuna.
Comenzó a tararear en bajito, “cast away your worries, my dear for tomorrow comes a new day”
Y tras un breve momento, acabó durmiéndose.—Luna, escúchame bien. Te quiero, ¿sí? Aunque estemos separadas, siempre te querré, porque eres mi bebé hermosa, y porque eres lo más preciado para mí.
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I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe
ФанфикQuerido Gilbert, Hace mucho tiempo que no compartimos enrevesadas conversaciones. Anhelo el día en el que podamos volver a vernos, en el que podamos volver a convivir como lo hacíamos antaño. Mediante estas simples palabras, querría comunicarte el...