"Eres muy pesada"
"Eres muy pesada"
"Eres muy pesada"
"Eres muy pesada"
"Eres muy pesada"
"Eres muy pesada"
"Eres muy..."
¿Soy muy pesada?
Esa duda revoloteaba por la mente de la joven desde hacía rato. Se encontraban en camino de vuelta a casa y, para la sorpresa de los dos muchachos, Luna no había medido palabra alguna en todo el viaje. Además, se había sentado en uno de los extremos y se había pasado la travesía entera mirando hacia el horizonte, con una mirada perdida.
Para ese momento, Gilbert ya carecía de uñas que morder. El remordimiento que le carcomía por dentro incrementaba a cada segundo y el sentimiento de culpa abordaba todos sus pensamientos.
Había herido los sentimientos de la chica a la que más aprecio había tenido en su vida y ahora no le dirigía ni la mirada.
Cuando dieron las cuatro de la tarde ya se encontraban en la casa de Gilbert Luna y él. Jerry había optado por dejarles a los dos allí, pues la vivienda de la chica quedaba más cerca de la casa del Blythe que de Tejas Verdes.
Se quedaron unos minutos en frente de la casa sin saber bien qué hacer. Luna jugaba con las mangas de su chaqueta y Gilbert daba leves patadas a las piedritas del suelo.
-Entremos a casa, hace frío -comentó el chico, llamando la atención de la pequeña.
Luna asintió y entró tras el muchacho. Cerró la puerta gentilmente y dejó su abrigo en el colgador de la entrada. Gilbert le ofreció asiento y comida, cosa que aceptó sin dudar. Seguía enfadada con él, pero no negaría jamás la deliciosa comida que preparaba su cuidadora.
Los dos muchachos comieron en completo silencio, solo se escuchaban los cubiertos golpear los platos y la mesa, y los sonidos producidos al masticar y tragar. Al finalizar, los dos se dispusieron a lavar la vajilla.
Luna secaba los platos mientras que Gilbert los fregaba. Parecía sencillo, pero esa simple tarea se convirtió en algo más compleja, pues el joven Blythe no se tomaría totalmente en serio su tarea.
Sabía que a Luna le encantaba jugar, era como un pequeño gatito; arisco y frío por fuera, pero juguetón y amoroso por dentro. Siendo así las cosas, procedió a tomar un puñado de burbujas creadas por el jabón y a pegárselas en su nariz.
La Ackerman paró de golpe y se quedó estática por un par de segundos. Después, con la mano se quitó las burbujas y dirigió su mirada al chico. Frunció el ceño y, como un infante haría, cogió más espuma y se la embadurnó por toda la cara.
-¿Con que te vengas, eh, pequeña diablilla? -Gilbert sabía perfectamente que esa sería su reacción, conocía demasiado bien a Luna.
Sin más demora, volvió a tomar espuma y a lanzársela, dejándole parte de ella en su cabello. Así fue cómo Luna Ackerman y Gilbert Blythe comenzaron una guerra de espuma, harina, y básicamente cualquier cosa que pillas en por medio.
Luna trataba de mantener su semblante serio, pero era imposible cuando Gilbert le había cosquillas mientras estaba lleno de harina, huevos y a saber qué más. Las risas por parte de la muchacha poco tardaron en llegar, y por ende, las del muchacho, pues tan contagiosa era su sonrisa que hasta los bostezos le tendrían envidia.
Tras un largo juego, tanto Gilbert como Luna terminaron tirados en el suelo, muertos de la risa y del cansancio. Las ropas que llevaban estaban cubiertas de comida y el suelo y algunos muebles también.
—Siento mucho lo que te dije el otro día —comenzó a hablar el chico—. Estaba agobiado, mi padre ha empeorado y ya no sé qué más hacer —no sabía si la chica lo escuchaba, estaba en total silencio—, por eso te respondí así.
El silencio se mantuvo por unos segundos más. Las respiraciones agitadas de los muchachos eran lo único que resonaban por la sala, creando un ambiente tranquilo y relajado, todo lo contrario a lo que Gilbert estaba sintiendo en su interior.
—Dime algo, por favor —pidió algo desesperado.
—Quiero que me invites las veces que quiera durante un mes a esa pastelería tan rica que hace esquina a la tienda de vestidos —respondió, mostrando una malvada risilla—, y también que me ayudes con los deberes de matemáticas.
—Pides bastante, princesa.
—O todo o nada, Sir Blythe. Usted ya conoce las exigencias de su alteza.
—Está bien, haré lo que me pides —Gilbert resopló un poco, pero no le molestaba realmente el acuerdo. Sabía que tarde o temprano se le olvidaría lo pedido y que se libraría de aquel "castigo".
—Anda, recojamos todo esto —Luna señaló todo lo que habían ensuciado—. Está hecho un asco.
Los dos muchachos se miraron entre sí y comenzaron a reír. A saber por qué, ni ellos mismos sabían el motivo.
En una hora consiguieron limpiar la casa de nuevo, quedando así como los chorros del oro.Estaban sentados en el sofá charlando tranquilamente cuando Luna recordó algo que la hizo saltar de su asiento.
—¡Oh Dios, se me había olvidado! —exclamó Luna sobresaltando a Gilbert.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó el chico aún desconcertado.
—Anne me dijo que estaban preparando postres para cuando volviésemos de la ciudad —le explicó nerviosa—. ¡Y se me había olvidado! Ya ha pasado más de hora y media desde que hemos vuelto... Nos deben haber estado esperando.
Luna se tomó del pelo y comenzó a tironear de él mientras maldecía su mala memoria.
—Luna —llamó el chico tratando de calmarla, mas no hubo suerte—. Luna, escúchame —volvió a intentar, aunque sin resultado—. ¡Luna, tranquilízate!
Gilbert había agarrado a la chica por los hombros y los ojos de los dos muchachos se habían encontrado. Luna se soltó lentamente el pelo y dejó caer sus brazos.
Para la sorpresa de Gilbert, su reacción no fue la esperada; Luna agachó la cabeza, fijando la vista en algún punto del suelo. Después, murmuró algo que no pudo oír.
—¿Qué has dicho? —preguntó, curioso por saber qué era lo que ese murmuro significaba.
—¿Soy..., tan pesada? —repitió más fuerte.
Instantáneamente, el estómago del chico se revolvió, volviendo a sentir culpabilidad. La expresión de tristeza de Luna le dio a entender que esas palabras realmente le habían ofendido, que le habían afectado más de lo que pensaba.
—Anda, ven, mírame a los ojos —pidió Gilbert, pero Luna no levantaba cabeza—. Lu, mírame —con suavidad levantó el mentón de la muchacha, encontrándose con sus ojos chocolate aguados. Al ver eso, una tierna sonrisa se posó en los labios del joven y, tras darle un delicado beso en la frente, con seguridad, le dijo—: No lo eres. Claro que no lo eres.
Al escuchar eso, Luna no pudo evitar dejar salir las lágrimas que trataba de contener. Se abrazó a Gilbert, apoyando su cabeza en el pecho del muchacho y abrazándolo por la cintura. El chico le devolvió el abrazo y apoyó su cabeza en la de la chica.
Ninguno de los dos quería que ese momento terminase, era demasiado bonito para ser verdad. Pero es ley de vida; todo lo bueno tiene un final...
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I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe
FanfictionQuerido Gilbert, Hace mucho tiempo que no compartimos enrevesadas conversaciones. Anhelo el día en el que podamos volver a vernos, en el que podamos volver a convivir como lo hacíamos antaño. Mediante estas simples palabras, querría comunicarte el...