10. Un francés en Avonlea

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Había sido una agradable tarde con las chicas. Se encontraba en el camino de vuelta a casa, cuando se volvió a desviar del camino.

Por alguna extraña razón, Luna tenía la necesidad de ver a Gilbert. Anduvo por el frío campo hasta dar con la casita. Las luces estaban encendidas, por lo que Luna dedujo que el muchacho ya habría llegado a casa. Llamó tres veces, y esperó pacientemente a que le abrieran.

—Luna —el muchacho se sorprendió al ver tan familiar rostro en el cantón de su puerta—. ¿Qué haces por aquí? Anda entra, que hace frío. Te prepararé un té.

El chico siempre daba cobijo a la azabache, daba igual lo que hubiera pasado. Su amistad era más fuerte que cualquier problema.

—Gracias Gilbert.

Luna entró y dejó la chaqueta encima de la mesa. Después, procedió a sentarse en el viejo sofá de la casa. Al poco rato, el chico volvió con una taza de té en las manos.

—Y dime, ¿qué te trae por aquí?

Ackerman tenía la esperanza de que no siguiera preguntando, pero él no se daba por vencido.

—Quería visitarte —confesó la chica tras una larga pausa—. Hacía mucho tiempo que no veía tu espléndida cara. Temía olvidarla con el tiempo.

Sonrió suavemente, y lentamente movió su mirada de la cara de Gilbert a la taza de té.

—Raro motivo —respondió el chico—. Pero no me desagrada. Yo también temí olvidarte. Has sido mi más vieja y buena amiga, aún a distancia. Creo que eres la única que me ha comprendido bien. Quizás por el echo de que..., bueno, no tengas padres.

—Anne tampoco tiene padres. Ella también podía entenderte.

—Es diferente —añadió Gilbert—. Contigo es... Especial. No sé si me explico. Siento que puedo hablar contigo de cualquier cosa. Siento una conexión entre nosotros.

Era la primera vez que le decían algo así a Luna, por lo que acabó sonrojándose y tapándose con el pelo.
Gilbert al notar aquel acto decidió quitarle el cabello de la cara, aunque Luna intentó evitarlo, pero nulamente.

Un bello tono rojizo se posaba sobre las mejillas de la chica, el cual se le contagió al joven Blythe.

—¿Podría... Bueno, yo... Quedarme en tu casa? A dormir... —soltó de repente Luna. Ese era el verdadero motivo de su visita. No quería volver a la casa de Charlotte. Tenía miedo de otra golpiza. Al darse cuenta de lo patética que había sonado, rápidamente se retractó—. ¡No! ¡Lo siento, de verdad! No sé qué me pasa... Me-mejor me voy a casa, la señora Charlotte me estará esperando.

Se levantó con rapidez del sofá, haciendo que su equilibrio fallase y se tropezara con sus propios pies. Gracias a Dios, Gilbert actuó rápido y fue capaz de agarrar por la cintura a la muchacha antes de caer.

—No te preocupes, puedes quedarte el tiempo que quieras. Solo que tendrás que dormir conmigo. No hay más habitaciones libres ahora mismo, lo siento.

—No pasa nada.

Y la fría noche pasó, Luna acurrucada en el pecho de Gilbert, oyendo su corazón palpitar y recibiendo el calor que emanaba su cuerpo. ¿Qué mejor que dormir junto a su mejor amigo?

—•—

—¡Anna! —llamó la morena entrando a la casa de los Cuthbert—. ¿Anna dónde estás?

—Luna, que sorpresa.

Luna se giró, encontrándose con Marilla cerca suyo.

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora