4. ¿Dónde está Anne?

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Luna caminaba sin rumbo por el bosque. Se había "escapado" de clase, y no quería que la señora Ackerman se enterase. Al menos fingiría salir a la misma hora que ellos, e inventaría que había acompañado a Diana, Anne o a Gilbert a casa, o que tenía que hacer una cosa en la escuela. Si algo se le daba bien, era el crear excusas y que no la pillaran con las manos en la masa. De algo tenía que ganarse el pan.

Se acercó a un árbol, y se subió a una de sus ramas, con su preciado libro y pluma en mano. Recordó la primera vez que vio al chico, desorientado y asustado. No sé parecía en nada al Gilbert de ese entonces. Comenzó a escribir otro de sus relatos, hasta que se quedó dormida en la rama.

Mientras tanto, en la escuela residía un Gilbert bastante preocupado y culpable. Se sentía mal, pues él había sido quién le había metido en problemas a Luna. En cuanto sonó la campana de salida, recogió sus libros y salió echando chispas de la clase, sin esperar ni despedirse de nadie.

Se dirigió al bosque, el único lugar que se le ocurrió, y buscó entre las ramas. Tardó unos minutos en encontrar una cesta en el suelo, llena de libros. Alzó la mirada, encontrándose con una chica plácidamente dormida, con un libro y una pluma entre sus manos. Sonrió al verla así, ya que siempre estaba vivaracha y a la defensiva. Sólo una vez la había visto dormir, y luego le pegó en el hombro por haberla estado observando.

Decidió llamarla desde el suelo. Tardó un poco, pero al final la despertó. Miró desorientada a su alrededor, hasta que bajó la cabeza y se topó con el castaño. Se frotó los ojos, estiró sus brazos, y saludó al chico.

Bajó del árbol, y se sacudió el vestido. Luego, guardó sus libros en la cesta, y la tomó en la mano.

—Hola Gilbert —saludó la chica.

—¿Qué haces aquí? Deberías haber vuelto a casa —le regañó el chico.

—No podía volver a casa, la señora Ackerman me regañaría —se quejó, poniendo sus brazos en jarras.

—Bueno, yo no venía a regañarte —se rectificó—. Lo que quiero decirte es: lo siento —Luna frunció el ceño, en señal de incomprensión—. Te han regañado por mi culpa. Me siento mal, por favor, acepta mis disculpas.

El rostro del chico reflejaba culpabilidad. No era eso lo que había estado ensayando a lo largo del camino para decir, pero al parecer, eso bastó para que Luna lo perdonara.

—Tranquilo Blythe, que la culpabilidad no te carcoma —la chica colocó una mano en su hombro izquierdo, y lo miró.

El chico suspiró, no sabía si de alivio o felicidad. El resto del tiempo acompañó a Luna a su casa. Hablaban de diversas cosas, cómo habían pasado el tiempo desde la última vez que se vieron, sus pasatiempos, la forma en la que había cambiado..., hasta llegar al tema de la salud del padre de Gilbert.

—¿Cómo se encuentra tu padre? —preguntó algo tímida Luna, pues era un tema bastante delicado, y tanto a Gilbert como a Luna no les gustaba hablar sobre eso.

—Mal. Aunque el diga que está mejor, sé que no es así —el chico estiró sus brazos.

—¿Puedo... —balbuceó Luna—, puedo ir a visitaros?

Al principio, Gilbert la miró algo sorprendido, pero al recordar que ella estuvo en aquel viaje, su mirada se suavizó.

—Claro, cuando quieras —Luna sonrió, y por consiguiente Gilbert también.

Charlaron un rato hasta que llegaron a casa de la chica.
Abrió la puerta, encontrándose a su "madre" esperándola en la entrada.

—¿Dónde estabas Luna? —le preguntó en tono severo.

—Gilbert me acompañaba a casa —se excusó—. Nos retrasamos hablando, lo siento mucho.

—Ya —puso sus brazos en jarras, y le echó una severa mirada—. Haz tus deberes y baja a hacer la cena, no tengo todo el día.

La niña obedeció sin rechistar. Hizo sus deberes de matemáticas y bajó a hacer la cena. La señora Ackerman estaba sentada en una silla haciendo bordados. Cuando la cena estuvo lista, las dos se sentaron a comer.

Tras acabar, Luna limpió todo, y se fue a su cuarto. Abrió su preciado libro, y comenzó a escribir. Sus relatos eran, por así decirlo, como un recopilatorio de su vida con un poco de magia.
A veces echaba de menos su vida anterior. Ella era libre, no seguía ninguna regla y no era obligada a hacer todas las tareas, pues las del orfanato temían a la niña por su mal carácter. Siempre había sido una chica poco tolerante, y a la mínima la sacaban de sus casillas. Y su mal carácter se debía a la soledad que había sufrido. "Los fuertes sobreviven y los débiles mueren", esa era su frase.

Pero en cambio, con Gilbert no fue así. Siempre fue amigable, y por unos momentos olvidó su frase favorita. Quizás, fue el único que consiguió hacer que se olvidara de su realidad por un tiempo.

A la mañana siguiente, por el camino a la escuela, se encontró con Diana. Le pareció extraño que no la acompañase Anne, pues ellas dos eran inseparables.

—¿Dónde está Anne?

—No lo sé —le contestó ella—, pero supongo que la veremos en clase.

Diana y Luna caminaron hasta llegar a la escuela. Allí, la Barry se juntó con sus amigas, en cambio, ella se sentó en su lugar. No había hecho muchas amigas, y las chicas de esa clase las veía como el séquito de la Josie Pye esa.

—Buenos días —alguien se sentó junto a la azabache—. ¿Cómo ha amanecido hoy, princesa?

Inconscientemente sonrió. Negó divertida con la cabeza. Se había dado cuenta de que había atraído la atención de la mayoría de la clase, y también estaba al tanto de la envenenada mirada de la Pye. Había encontrado su nuevo hobby: molestar a la rubita.

—Buenos días señor Blythe —le contestó de igual manera—. Mi mañana ha sido muy apacible, ningún contratiempo. ¿Y la suya?

—Se volvió apasionante en el mismísimo momento que la vi —el chico sonrió con su radiante sonrisa.

—Que cosas dice señor Blythe —fingió nerviosismo, y se abanicó la cara con la mano—, conseguirá que me sonroje —dijo seductoramente.

Pero quién se coloró de pies a cabeza no fue ella, sino Gilbert. Su jugada había salido en su contra. Él tenía presente que para hacer sonrojar a la chica no se necesitaba mucho, pero sí algo en concreto. Con simples palabras no lo conseguirás, necesitarías meterte en su juego: el juego de las palabras rimbombantes.

—Por cierto señor Blythe, ¿ha divisado usted a Anne Shirley Cuthbert? Nos tiene a la señorita Barry y a mí intranquilas.

—No, lo siento, no la veo desde ayer —confesó el muchacho.

—Ah bueno, no pasa nada. Luego nos pasaremos por su casa —Luna le restó importancia con la mano.

Los dos chicos guardaron silencio. No tenían mucho que contarse, aún habiendo estado cuatro años separados.

—Luna —le llamó la atención el Blythe—. Querría saber si tú...

Su frase quedó a medias, pues el señor Phillips entró por la puerta, dando inicio a la clase, no sin antes haber lanzado una hostil mirada a la pequeña Ackerman.

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora