Capítulo I ( Raíces )

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La muerte deja un dolor en el corazón que nadie puede sanar.

La traición de quienes deben protegerte decepción en tu alma.

El amor deja una memoria que nadie puede robar.




Noviembre de 1990. Detroit. (Michigan).

Hacía bastante frío. De ese que se te cala en los huesos por la humedad, sobre todo si vives en los suburbios de Detroit a principios de los 90, donde las temperaturas llegan hasta los 10 grados bajo 0 y las calles sin asfaltar, te recuerdan que las suelas raídas de tus zapatos no son la mejor opción para salir a charlar con tus amigos, o a lo que sea....

Tony no quería volver a casa todavía, sabía que su padre había vuelto de "trabajar" hacía rato.

El era un chico bastante espabilado, algo pequeño para su edad, pero bastante conocido en su barrio, porque siempre plantaba cara a los chicos más grandes y les miraba desafiante con sus grandes ojos color avellana, casi del mismo color que sus alborotados cabellos castaños.

Tony había escuchado a su padre entrar por la puerta, así que él aprovechó para salir por la pequeña ventana de su cuarto y deslizarse por el estrecho callejón que había entre su casa y la de sus vecinas. (Ventajas de vivir en una casita de una sola altura.)

Hacía tiempo que la fábrica automotriz dónde trabajaba su padre había cerrado. Era de dominio público que General Motors había trasladado su producción, dejando en la calle a más de 300 trabajadores de aquella zona. Pero su padre, James. (Bucky) para los amigos, seguía saliendo todas las mañanas de casa diciendo que se dirigía al trabajo.

Nadie en casa, ni tampoco sus amigos se atrevía a decirle nada, pues desde hacía tiempo su carácter había cambiado bastante. Tanto que se diría que alguien había secuestrado su mente, (pero no). Simplemente, su carácter se había agriado debido a la depresión y el abuso del alcohol y las drogas.

Bucky había bebido desde mucho antes, desde que fue retirado cómo mecánico del ejército, a causa de una grave lesión en su brazo izquierdo; pero nunca había sido un alcohólico sin remedio cómo lo era ahora.

La madre de Tony se llamaba Peggy. Peggy era una buena mujer, fuerte y trabajadora, con una mirada decidida y ojos avellana iguales a los de su hijo.
Ella también había trabajado para el ejército hacía mucho tiempo, antes de nacer Anthony; pero tuvo que dejarlo a causa del embarazo y después ya no pudo volver. Aun así seguía trabajando más o menos para ellos, bordando uniformes para los militares desde casa.

Ella se esforzaba por traer algo de dinero para comida, ya que en aquella zona ni luz tenían. El gobierno de Detroit, no había cambiado las instalaciones eléctricas desde hacía más de un siglo, menos ahora con la crisis económica que afectaba la ciudad, y ello había provocado que muchos de los barrios quedaran sin luz, por lo que no era lógico siquiera tratar de pagar por el suministro. Un pequeño generador eléctrico fabricado por su marido se había convertido en su tabla de salvación.

Peggy ya no trataba de llegar hasta James, hacía tiempo que había decidido que era mejor temerle que tratar de recuperarlo, y daba gracias a Dios, porque sus últimos embarazos no hubieran llegado a término.

Por mucho que había tratado de ocultarlo, ella era consciente de que aquello ocurría debido a la vida que llevaban y al maltrato que recibía por parte de su esposo cada vez que llegaba bebido o drogado y ella trataba de hablar con él.

Ya era suficiente con que Tony viera todo aquello, no necesitaba sufrir por nadie más.

A veces, simplemente se encerraba en el cuarto de Tony para dormir con él, se acurrucaba junto al chico y ambos conseguía conciliar el sueño, mediante un ritual que consistía en que Tony se colocaba abrazado a ella, con su cabecita apoyada en el pecho de su madre, mientras ella le acariciaba el cabello, enredando sus dedos entre sus suaves y alborotados bucles.

Aunque la verdad es que nunca sabía si el chico iba a estar.

Muchas de las veces se quedaba allí encerrada sola, la habitación estaba vacía y la ventana abierta de par en par.
Ella no lo culpaba, si hubiera sido tan pequeña como para caber por esa ventana, habría salido también por allí.

 Ella no lo culpaba, si hubiera sido tan pequeña como para caber por esa ventana, habría salido también por allí

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Tony caminaba encogido por el frío y absorto en sus pensamientos.

Recordaba cuando su padre y él desmontaban motores o pequeños electrodomésticos, y James le explicaba que era cada cosa, para que servían y cómo hacerlos funcionar. Recordaba cómo se reían mientras se manchaban de grasa y llenaban toda la parte trasera de la casa de pequeños cachivaches.

A veces su madre salía con bebidas y les daba un pequeño regaño cariñoso al ver todo el desastre, y ellos prometían recoger todo después, cosa que no siempre sucedía, porque se les hacía muy tarde con tanta emoción y luego se retiraban cómo si fueran dos fugitivos ocultándose de mamá.

Los días más felices que Tony recordaba, solían ser cuando algún electrodoméstico de casa se estropeaba y el y su padre se ponían manos a la obra a tratar de arreglarlo, aunque en un principio parecía que les sobraran piezas, casi siempre terminaban consiguiéndolo.

El muchacho recordaba las palabras que siempre le decía su padre:

- ¿Qué somos Anthony?

- ¡Somos los mejores mecánicos! - Contestaba entusiasmado.-

- ¿Y qué hacen los mecánicos?

- ¡Arreglamos cosas papá!

- No lo olvides Tony, podemos arreglar cualquier cosa que nos propongamos.

Ese pensamiento le había producido una mezcla de nostalgia y enfado. ¿Por qué narices no arreglaba lo que fuera que estuviera pasando ahora? - Supongo que es más fácil arreglar máquinas que arreglar personas, pensó.

Tony era bastante inteligente, cómo para darse cuenta de eso, a pesar de sus 10 años de edad.

Tan absorto iba en sus pensamientos, que no escuchó unos cortos pero rápidos pasos que le seguían desde que salió de casa.

De repente salió de sus pensamientos y comenzó a sentir una presencia, empezó a escuchar unos pasos casi imperceptibles sobre el suelo de la calle embarrada, y una sensación de intranquilidad recorrió su pequeño cuerpo.

Detroit (Michigan), no era en aquel momento una ciudad segura ni de lejos, tenía una de las tasas de crímenes violentos más altos de toda Norteamérica. George H. W. Bush decía estar trabajando en eso, Tony había escuchado decir algo así a los viejos que se reunían en la puerta del bar que había cerca de casa, uno que su padre solía frecuentar.

No es que no estuviera acostumbrado a vagar por las calles a esas horas y aún así nunca le había pasado nada grave por ello. Había tenido suerte suponía; pero si le habían dado algún susto que otro, por lo que no podía evitar sentirse intranquilo y alerta.

EN OTRA VIDA (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora