Capítulo 54.

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Amanda Turner

—Tú también tendrás cosas que contarme, ¿no? ¿Qué tal por Australia? —me siguió escaleras arriba.

—Dame un minuto —hablé dejando la maleta junto al armario—. Le dije a Louis que le llamaría cuando estuviera en casa —saqué el móvil del bolsillo de mi pantalón y busqué en los contactos. Le dí a "llamar" y coloqué el aparato en mi oreja derecha.

— ¿Quieres que te deje sola para que os digáis cursiladas? —dijo divertido mi hermano, sentado sobre la cama, observándome.

— ¡No seas idiota!

—Bonita forma de saludarme, Hello Kitty.

—No te lo decía a ti. Es mi hermano, que es un pesado y un impertinente —le escuché reír y sonreí.

—Deduzco entonces que estás sana y salva ya en tu casa, ¿no?

—Correcto, Tomlinson.

—Te dije que-

—Sí. Lo sé. Que no te llamara así pero a mí si que me gusta —admití—. Te va a tocar aguantarte.

— ¿Qué te hace pensar que te lo voy a consentir, enana? —sonreí ampliamente mientras le daba golpes a mi hermano en el brazo: ¡no paraba de hacer gestos burlándose de mí!

—Me adoras, Tomlinson.

—Me adoras, ñiñiñi —se burló mi hermano intentando poner voz de chica.

— ¡Estás insoportable! —le grité sin evitar reírme y volviéndole a dar un par de golpes.

—Anda, dejo que te pegues en condiciones con él. Hablamos después.

—Claro.

—Salúdale de mi parte y cotillea un poco, a ver qué ha pasado con él y Perrie estos días —solté una carcajada.

—Lo haré pero no te contaré nada. ¡Eres una maruja! —le acusé.

—Conseguiré sonsacártelo. ¡Tengo mis armas! —alardeó.

—Eso ya lo veremos, Tomlinson.

—Claro que lo veremos, Turner.

—Luego hablamos.

—Recuerda que te odio.

—Yo también te odio. Mucho más —colgué y me senté en la cama, al lado de mi hermano.

— ¿Pero vosotros habéis arreglado vuestras diferencias o seguís discutiendo? —preguntó divertido.

— ¿Tú qué crees, listillo? —le miré alzando una ceja.

—Creo que tienes una cara de enamorada que no puedes con ella —contestó seguido de una risa. Automáticamente, volvió a llevarse un par de golpes en el brazo que, naturalmente, no le hicieron demasiado daño—. Y como le maltrates tanto como a mí, te va a durar más bien poco —se sobó el brazo.

—Y como tú seas así de blandito, Perrie se buscará alguien mejor.

—Ya empezamos —dijo con pesadez. Sonreí.

— ¿A qué hora llegarán mamá y papá? —pregunté levantándome de la cama.

—Tienen que estar al caer. Quizás no tarden más de media hora —me contestó tras mirar la hora en su teléfono. Empecé entonces a deshacer mi maleta y, mientras guardaba las cosas en el armario, volví al tema más importante.

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