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Al observar el reloj sobre su nochero pudo apreciar que eran, nada más y nada menos que, las tres de la mañana y él aún continuaba con la vista clavada en el techo, sin ningún punto fijo, atormentándose a base de incesantes preguntas, cuestionándose lo que había pasado.

Hacía más de una hora que había regresado de la fiesta. Huyó temeroso de aquel lugar después de una última y breve conversación con aquel desconocido. Algo en él no se sentía bien y eso provocaba que dudas y más dudas se aglomeraran en su cabeza.

¿En qué momento todo se había descontrolado? ¿Cómo pudo dejarse doblegar por una suaves y embriagantes caricias?

Ciertamente, por más que intentara procesarlo, no hallaba con exactitud respuestas lógicas y creíbles. No estaba borracho, ni mucho menos drogado, estaba plenamente consciente.

. . .

—Indudablemente esta ha sido una de mis mejores noches —le confesó el chico pálido, mientras acomodaba sus prendas inferiores.

Los ojos del desconocido se deleitaban observando cada detalle de la desnudez del chico junto a él. Un JiMin perplejo, tímido, cansado y extasiado, eran la viva imagen del deseo y la dulzura camuflada. Tenía los labios hinchados, envueltos por el rojo intenso del deseo; el cabello ligeramente empapado por el sudor que reposaba sobre su frente; su vertiginoso pecho subía y baja por el caos; Todo en el mismo tiempo que mantenía sus pupilas clavadas en sus pies, cohibidas por acceder a tan profundo acto.

—No tienes que admitirlo, sé que te gustó —habló con sorna el peliverde, relamiéndose los labios con descaro para luego tomar por la cintura a JiMin—. Podría apostar que tus obscenos y deliciosos gemidos se escucharon más allá de estas cuatro paredes —siseó.

El pelinaranja ubicó todas las telas en su lugar, cubriéndose con celeridad de los penetrantes y brillantes ojos del desconocido. Estuvo a dos segundos de abrir la puerta cuando escuchó algo más:

—JiMin, ansío repetirlo.

No supo cómo, ni porqué, pero se quedó un minuto paralizado al escuchar el tono ronco y excitado de ese chico, más al notar que sabía su nombre. Pestañeó y salió con urgencia del baño, deteniéndose en seco al ver la cantidad exageradamente absurda de chismosos que esperaban afuera.

La sorpresa aumentó cuando un grupito distintivo de chicos comenzaron a aplaudirle con gracia y felicitarlo.

—¡Ese es mi muchacho! —exclamó uno de sus indiscretos amigos.

—¡Cállate, por tu culpa tendré que comprar ropa interior decente! —todos sabemos quién lo reprendió.

. . .

Pestañeó repetidamente mientras negaba con fuerza sobre la almohada. No podía borrar ese pequeño recuerdo que se reproducía con insistencia en su cabeza. ¿Qué pensarían sus amigos al enterarse de que la apuesta la habían ganado todos menos él? No, ellos no podían enterarse. En unos días suprimiría todo aquel recuerdo que lo transportara a ese fiesta, vería a NamJoon hacer el ridículo y se reiría muchísimo.

Sí, eso era exactamente lo que debía pasar.

Sin embargo, allí continuaba dándole vueltas al asunto. Intentaba hallar una razón no descabellada que le explicara el porqué había actuado tan correctamente, bajo ningún tipo de presión. Claro que JiMin sabía la respuesta, la conocía a la perfección, pero no podía darse el lujo de confensarla.

Juntó sus parpados para obligarse a dormir pero lagunas de la fiesta le invadieron sin piedad, sin compasión. Un vaivén. Respiraciones entrecortadas. Fricción entre sus cuerpos. La extraña sensación de sentirse invadido. Gemidos eufóricos. Desconocidos disfrutando del momento. Él dejándose llevar.

—¡Mierda! —se exaltó ante el recuerdo. Una extraña electricidad navegó por su cuerpo, invitándolo al lado carnal. JiMin levantó unos centímetros la cabeza y apreció el bulto formado entre sus pantalones.

¿Por qué le excita recordarse sumiso?

. . .

Grandes ojeras descansaban bajos sus ojos esa mañana al despertarse. Sentía el cuerpo un tanto aporreado y no se explicaba porqué. JiMin salió de su habitación perezosamente, tallándose los ojos con el dorso de ambas manos, para dirigirse a la cocina. Su estómago protestaba por falta de alimento.

Dejó caer la mitad de su cuerpo sobre el mesón justo al lado de una nota escrita sobre un papel rasgado, lo más probable de algún cuaderno, que contenía un mensajito del único ser que JiMin se permitía amar: Su madre.

«Espero que la cabeza se te explote al despertar. ¡Nunca me llevas a una de esas fiestas! Yo también merezco salir un viernes por la noche, sin importar que al día siguiente deba llegar con grandes bolsas al trabajo :c

Te preparé un sándwich. Si quieres más hazlos tú, partida de flojo. Recuerda que te amo, mi ChimChim♥»

El corazón del pelinaranja bombeó con fuerza, sus ojos sonrieron amorosamente al leer las dulces palabras de su adorada madre. Se sentía plenamente orgulloso de poder contar con esa mujer tan comprensible, atenta, cariñosa, especial y sin duda divertida.

Ella se esmeraba día a día en trabajar para sacar a su hijo adelante, llenándolo de las necesarias comodidades y al mismo tiempo transmitiéndole la importante enseñanza de la humildad y respeto. No le importaba si en un futuro JiMin quería ser un exitoso empresario, un bailarín de talla mundial o un mafioso, con lo que hiciera feliz a su hijo ella estaría contenta de apoyarlo.

La confianza que los unía era extraordinariamente envidiable. A diario ella solía bromear con frases como: «Necesito que te gradúes pronto. Me estoy volviendo vieja y no quiero conocer el Caribe con un bastón». Frases que inyectaban una inmensa energía positiva en su hijo.

—Y yo te amo a ti —susurró para sí mismo, una vez volvió a releer la nota.

Tomó el sándwich que estaba dentro del microondas y se fue escaleras arriba directo a su cuarto. Sintió el alivio en su cuerpo al darle el primer mordisco y se prometió regresar para hacerse más.

Por unos segundos recordó la fiesta y de inmediato se le cruzó la idea de contarle a su madre, ella era una excelente confidente y una grandiosa consejera. La conocía y sabía que no lo juzgaría, quizá le reprendería como todas las veces pero era lo propio antes de soltar las adecuadas palabras.

Abiertamente la señora Park conocía las andanzas de su hijo, sabía cuál se había convertido su pasatiempo favorito y, por supuesto, era consciente de la orientación sexual de su JiMin. Lo descubrió una tarde en la cual escuchó una conversación entre el pelinaranja y uno de sus amigos, NamJoon. No quiso entrometerse en la privacidad y confianza de JiMin pero le fue imposible. Esperó ansiosa a que el moreno abandonara la casa para encararlo y pedirle una explicación más a fondo. JiMin, descubierto, no le quedó otra opción que contarle cada una de sus vivencias a su madre, claro está que fuera de detalles.

Desde entonces su madre estaba al tanto de sus fechorías y le recuerda día a día que el peligro está latente al explorar cuerpos desconocidos, que necesitaba cuidarse bajo todo costa. Algunas que otras veces esas charlas se tornaban divertidas, ya que bromeaba muy a menudo con el no querer ser abuela: «¡Park JiMin, te tatuaré en la piel que uses protección porque no quiero lidiar con nietos! Ay, cierto, sólo coges con chicos».

Su madre, su mejor amiga, su compañera de travesuras, su mayor confidente, su único amor: Park SunHee.

Con mi más sincero amor escribo para ustedes♥

Juguemos » YoonMin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora