007

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Las palabras retumbaron en la cabeza del pelinaranja, mientras los latidos de su desbocado corazón golpeaban en sus oídos.

¿Quién era?

No lo sabía y tampoco tuvo el tiempo para pensarlo porque abrieron la puerta muy bruscamente, asomándose un conocido cuerpo iluminado por las lámparas en el techo.

—¿Tú? —titubeó en un hilo de voz, colocándose nervioso al instante—. ¿Qué haces aquí?

—¿Acaso importa?

¿Cómo ese chico podía estar allí, justo en esa facultad, en la enfermería, en ese mismo instante?

El pálido se acercó a JiMin con lentitud, sonriendo con sorna mientras sus ojos brillaban al ver el repentino temblar de las piernas del contrario. Sin dejar de mirarlo cerró la puerta a sus espaldas, enviándole con ese gesto una muy clara indirecta al pelinaranja.

—¿Por qué estás aquí? —balbuceó nuevamente. Su corazón latía muy rápido, sus piernas emitían ligeros temblores.

¿Desde cuándo a Park JiMin le intimidaba la presencia de un extraño?

El pálido, sin borrar la victoriosa sonrisa de sus labios, llevó la diestra detrás de la nuca del contrario y posó su otra mano sobre la cintura del mismo, acariciando muy lentamente el lugar.

—Quiero divertirme un poco —susurró, justo en el oído de JiMin, provocándole un respingo.

JiMin sintió helar su sangre. Su corazón bombeaba con mucha más fuerza. Temía que el mayor pudiese escuchar el desespero de sus latidos y notara lo expuesto que se sentía.

¿Qué ocurre contigo, imbécil? ¿Acaso piensas dejar que un brócoli te intimide?

Su subconsciente se negaba a acceder al temor infligido pero no podía hacer nada por la parte superficial de JiMin, cuya cuál emanaba ansiedad y ligeramente miedo.

Segundos, largos y tortuosos, pasaron en los  que el pálido observó con profundo deseo a JiMin, viéndolo de pie a cabeza, detallando la piel de gallina que afloraba involuntariamente en sus zonas expuestas, para al final perderse en sus labios ligeramente temblorosos.

La cordura del peliverde amenazaba con quebrantarse, queriendo devorar a JiMin por completo; sin embargo, su auto control era más fuerte. Igual la diversión solo estaba comenzando y él quería disfrutar un poco más de lo mal que ponía al menor.

¿Quién lo diría? JiMin, el chico guapo y social, atrayente de miradas y de personas; ese mismo que jugaba con muchos en sus lechos y probaba algo distinto a menudo. El mismo que se encontraba allí encerrado con un desconocido, a la expectativa del momento y envuelto en un juego ciego.

Las manos del de cabellos menta bajaron muy suavemente por el dorso de JiMin, acariciando con sus yemas por sobre la tela, quien se estremecía de solo recordar lo que pasó en la fiesta y podría pasar nuevamente.

—Déjame ir —pidió, cuando sintió las grandes manos del desconocido llegar a su trasero.

—No, JiMin —susurró. El chico alzó levemente su brazo y observó su reloj de muñeca—; aún no comienza lo divertido —sonrió maliciosamente—. Tres, dos, uno...

La alarma contra incendios retumbó por todo el lugar. Inmediatamente pasos apresurados hicieron eco, leve bullicio y risotadas provenientes de la multitud que salía a toda prisa de sus aulas; algunos asustados por lo que ese sonido significaba y en cambio otros alegres por la suspensión de las clases.

—¿Qué ocurre? —habló por fin JiMin, atento y anonadado por el bullicio. Perplejo miró al contrario, intentando descifrar la conexión que había entre el reloj, las palabras y la peculiar sonrisa en los finos labios.

—Eso no es todo —murmuró en respuesta, divirtiéndose con la confusión plasmada en el rostro del pelinaranja.

Ante los segundos, los pasillos comenzaron a vaciarse. Ya no se oía el mismo alboroto pero sí el latir furioso del corazón de JiMin.

¿Qué significaba todo aquello?

De la nada las luces se apagaron y con ello la poca esperanza del pelinaranja.

—Oh, JiMin... el juego ya inició.

Juguemos » YoonMin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora