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Otro viernes por la noche y allí estaba de nuevo; recién salido de la ducha, con su toalla amarrada a la cintura, su cabello goteando y de pie frente a su armario intentando elegir qué ponerse. 

Los días anteriores pasaron con el chasquear de dedos. La noción salió de su órbita y JiMin no pudo ver cómo el tiempo transcurría a prisa. 

Nunca antes había tenido problemas a la hora de vestir, puesto que, por ser tan descomplicado, se cubría con lo primero a la vista, pero ahora presentaba contratiempos porque simplemente no quería ir. 

Sí, así tal cual.

JiMin, por primera vez en mucho tiempo, no quería ir a sus eventuales salidas con sus amigos. 

Había acordado con el desconocido de cabello azul que en la próxima fiesta le daría lo que buscaba. El chico se sorprendió al escuchar cómo el pelinaranja posponía su encuentro, ya que había oído que el susodicho no dejaba nada para después. 

Pero ¿qué otra cosa podía hacer aparte de posponerlo? 

Algo dentro de sí le gritaba a JiMin que no era buena idea tener un encuentro casual, algo le daba mala espina, sumándole el hecho de los mensajes enviados por el desconocido de cabello menta, donde claramente le prohibía asistir a dichas fiestas. Aunque él no estaba dispuesto a dejarse intimidar, sus pulsaciones temían por la repercusión de desobedecer, adicionando el mensaje que sintió como amenaza referente a sus amigos. 

Sin duda, el pensamiento aullaba dentro de sí por ser acatado. 

Sin darle más vueltas, agarró un jean celeste, un suéter blanco y en un dos por tres las prendas se ajustaban a su cuerpo. De pie frente al espejo peinó su cabello hacia atrás dejando al descubierto su frente. Roció loción sobre sí, amaba dejar el rastro de su perfume por donde daba paso. Igualmente, procuraba estar oloroso en sus encuentros, para así dejar impregnado su olor en aquellos con quienes se acostaba.  

Dio el visto bueno, metió un par de condones en su billetera y a su vez la metió en los bolsillos de su pantalón junto a su móvil. Bajó las escaleras a paso lento encontrándose a su madre de pie en la cocina. 

—Qué hermosa luces —dijo. 

La observó detenidamente de pie a cabeza, detallando la peculiar vestimenta que traía puesta; un pantalón blanco ajustado resaltaba sus formados glúteos y sus piernas gruesas, la blusa negra con toques brillantes, que caía sobre sus hombros, dejaba a la vista el tono claro de su piel, el ligero rubor sobre sus mejillas eran cómplice de lo joven que se veía. SunHee era hermosa, de ahí la preciosa belleza de su hijo, y claro, también hay que otorgarle créditos al ausente padre de JiMin. 

—Gracias, ChimChim —sonrió. Con su mano libre apretó una de las mejillas del pelinaranja, mientras que con la otra tomaba un par de cajitas de avena y canela. 

—¿Saldrás esta noche? —inquirió sin dejar de apreciar lo fascinante que lucía su progenitora. 

Sus pensamientos se fueron más allá y no pudo evitar pensar lo estúpido que fue su padre al dejar a una mujer tan completa como lo era Park SunHee. Su madre no poseía una avanzada edad, al contrario, estaba en la plenitud de la vida, en aquella edad en donde aún eres lo suficientemente joven para divertirte a rienda suelta. Sin embargo, a su padre poco le importó por ir detrás de la viva juventud, por perseguir un trozo de carne con piernas largas y bonitas.

Exceptuando otra cantidad de problemas que albergaba la familia Park, ese era uno de los principales y aunque Park YongHo había decidido marcharse, JiMin lo agradecía descomunalmente. 

Un dolor de cabeza menos. 

—Oh, ¿no te lo dije? —le extendió a JiMin una de las cajitas. El pelinaranja la miró extrañado y alzó una ceja, mientras llevaba a su boca el líquido dulzón de la avena—. Hoy iré contigo a una de esas fiestas.

Juguemos » YoonMin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora