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Mientras un JiMin despavorido era sorprendido por las duras palabras de su madre, un auto blanco era conducido a gran marcha por las transitadas calles al otro lado de la ciudad.

NamJoon no mintió al decirle a su amigo que moría de hambre, pero, peculiarmente, no hablaba con exactitud de comida. 

El moreno estacionó el auto en el parqueadero de un edificio grisáceo con balcones amplios. Al bajar se encontró con la sonrisa cortés del joven portero.

—Joven Kim —le saludó.

—¿Cómo va el día, MinHo? —el moreno le devolvió el saludo mientras ser cercioraba de meter seguro a las puertas del auto.

—Abrumador. Aún no llega mi relevo y muero por ir a comer —dijo con un gesto de cansancio.

—Yo podría quedar-

—¡No, no! —negó alarmado con las manos—. No se moleste, esperaré un poco más.

—En serio, a mí no me molestaría quedarme —insistió nuevamente el moreno, regalándole una cálida sonrisa.

NamJoon había formalizado una amplia amistad con el joven MinHo. No se atrevía a llamarlo señor porque tenían la misma edad, pero así era la vida, mientras unos gozan de estudios otros tenían que trabajar para llevar un sustento a la humildad en la que habitaban.

—De verdad, joven Kim, estoy bien —le devolvió el gesto—. Más bien suba, el otro joven Kim llegó hace más de una hora.

—Gracias, MinHo —el pelirosa le estrechó la mano y ambos sonrieron.

Sí. MinHo conocía sobre el romance del par de muchachos, pero lo que ignoraba era el hecho de que NamJoon era su estudiante y que día a día su amor los exponía. El trabajar como portero implicaba conocer un poco las  historias de todas las almas que por ese edificio transitaban. Él debía memorizar cada rostro y nombre de los inquilinos, y, claro, también el de sus visitantes.

NamJoon esperó unos segundos luego de llamar al elevador, presionó el botón número siete y no tardó en llegar a su destino. El pasillo tenía media docena de puertas de lado y lado, todas iguales entre sí, pero él tenía más que recorrida aquella puerta gris con destellos de amor. 

Sacó la llave de su bolsillo y abrió. Claro, tenía copia extra.

—Amor —llamó.

Echó un vistazo. El silencio reinaba en aquel lugar. NamJoon entró en la cocina y le fue imposible ignorar el delicioso olor que salía del horno. Su estómago rugió instantáneamente al comprobar que, efectivamente, había más de un platillo en ese justo lugar.

—¿Jinnie? —volvió a llamar mientras devoraba con los ojos la comida—. ¿Debería darle sólo una pequeña probada a estas albóndigas? 

El pelirosa rió. 

Abrió el horno en su vago intento de no dejarse llevar por el aroma a delicia. Sus papilas gustativas alucinaron por un momento al ver lo jugoso de aquel platillo.

—Dios. ¿Sacio mi hambre o me quedo sin novio? ¿Sacio mi hambre o me quedo sin novio? —chilló—. Lo siento, Jinnie. No eres tú, son tus albóndigas.

El moreno rió para sí mismo y se embutió las mejillas en un santiamén, dejando en el olvido lo mucho que el mayor odiaba que metieran las manos en sus platillos, ya que sólo él podía servirlos, puesto que creía en eso de la mala mano.

NamJoon y sus mejillas a reventar caminaron brevemente hasta la habitación donde supuso encontraría al mayor. Para su sorpresa la cama estaba vacía e impecablemente tendida. Extrañado echó un vistazo en el baño, frunció el ceño al notar que no había rastro del azabache.

Juguemos » YoonMin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora