2. ¿Acaso puede ser peor?

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Ya iban a ser las 6 de la tarde y el GPS dice que al fin había salido de Chihuahua, llegando al estado de Sonora. Tendría que llegar a Hermosillo, y guiarme por una dirección en un papel con letra ininteligible.
Había conducido todo el maldito día, choqué 4 veces aboyando el coche de la peor manera existente; no he comido y me estómago ya reclamaba eso. Me estacioné en un callejón cercano a un parque para comprar alimento... Una máquina de dulces. 
Sí, esa era mi comida.

Tenía hambre, sueño y me veía fatal.

Me revisé en el espejo solo para ratificar que ésa no soy yo: mi cabello castaño claro estaba todo desordenado, me veía más pálida de lo normal, mis ojos color avellana estaban rojos sobre dos grandes ojeras. Me veía como el infierno.

Bajé del auto en busca de mi fantástico alimento del día: unas barras de canela.

Tomé un dólar que tenía en el bolsillo de mi calentador y lo metí.

La máquina hizo un sonido extraño una vez que introduje el dólar. Presioné el botón esperando las barras caer...

¡No, no, no, no!

¡Hijo de...!

Esto no puede ser peor.

¡Se tragó mi dólar y no me dio mi comida!

—¡Dame mis barras, maldito artifundio de quinta!

Y así estaba, gritándole patéticamente a una máquina inerte que me diera mi comida.
Empecé a golpear con desesperación la estúpida porquería ladrona sin obtener repuesta.

Ay no...

Saben... me equivoqué. Esto sí podía empeorar. ¡Genial! ¡Ahora llueve! ¡Dios! ¡Qué suerte la mía!

Seguí peleando con esa cosa con aún más furia pero nada.

— Así no se hace —dijeron.

Giré a raya mi cabeza adjuntándole un sobresalto de película.

Ya me robaron...

Fue lo primero que se me pasó por la mente.

Observé con mis ojos bien abiertos al joven alto y mugriento de cabello rubio largo acercarse. Lo tenía agarrado con una goma dejando que mechones se movieran en su frente.
Me dio una repasada de arriba abajo, con una mueca de fastidio.

Idiota.

¿Qué le pasa a este mugriento, eh?
Tras que me quiere robar me humilla. Si supiera quien soy seguro no estaría observándome tan deliberadamente como lo hace.
Vale, seguía estática mirándolo. Quise dar mi mirada de «aléjate, pueblerino. Soy millonaria» ... Pero fue más como «¡Ay no, por favor aléjate que me pasas lo pobre!»

Fracasé miserablemente.

Él parecía muy confiado o tal vez arrogante. Ésos ojos... Vaya.... Sus ojos eran verdes, eso sería lo más hermoso que puede llevar encima este pobre indigente porque usaba ropa desgastada y sucia.
Me sonrió de soslayo.

— ¡Llévate todo pero no me robes! —grité, sin pensar que estúpido sonó eso.

— ¿Estás consciente de lo que dijiste, cierto?

— ¡NO ME MATES!

— No voy a matarte —responde claramente hostigado de mí—, ahora, quítate.

Perros y gatos no se juntan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora