La estrella

829 69 9
                                    

Hoy ha sido el mejor día de mi vida. Llego a suspirar de sólo recordarlo... ¡En mi Instituto estudia mi amado... no, no sólo mi amado, sino que mi adorado Seiya! ¡Ay! Tiemblo de emoción... Ha sido tan atento, tan amable, que nadie pensaría que es una estrella de la música juvenil. Me pidió que le enseñara el colegio y me he transformado en la envidia de todas, jajaja. Soy mala, lo sé, pero tener el privilegio de estar junto a él no lo desaprovecharé por nada. En verdad, él es perfecto...

¿Perfecto? ¿Por qué cada vez que menciono esa palabra recuerdo los ojos del arrogante ese que me salvó? ¡Fuera, fuera de aquí, imágenes tontas! ¿Como mi mente puede traicionarme de esta manera? Aunque, ahora que lo pienso, el sólo me ayudó, incluso puedo pensar que me salvó de ser atropellada... ¡Ay! ¿Cómo pude ser tan mal agradecida? ¡¿Que pensará de mi ahora?! Esperen... ¿Qué me importa eso? Ni siquiera lo conozco, nunca antes lo había visto.
Sí, eso ya no importa para nada, pues no lo veré nunca más...

....

Un hermoso cielo azul adornaba la ciudad aquel día y la joven de largas coletas rubias se sentía acompañada por aquel cálido clima. Las flores parecían más brillantes y el canto de los pájaros sonaba tan agradable, que su camino hacia el colegio estaba siendo muy ameno. Se había levantado más temprano que de costumbre sólo para ver a su estrella. Se sonrojada emocionada de sólo pensar en volver a verlo. Lo del día anterior había parecido un sueño, pero si ese sueño se repitiera todos los días, sería la persona más feliz del mundo, no, no sólo del mundo, sino que del universo entero. Sonreía feliz de la vida cuando llegó a aquella esquina de la mañana anterior donde había sido salvada por poco. Se detuvo muy tranquila, agradeciendo en su interior el que aquel petulante sujeto la hubiese salvado, ya que gracias a eso había tenido la oportunidad de estar junto a Seiya el primer día de clases. Al menos algo bueno había salido de ese molesto momento.

—¡Cabeza de chorlito! —escuchó aquella voz como salida de sus recuerdos—. Veo que aprendiste la lección.

"No, no puede ser cierto, díganme que no es él, por favor", pensó, mientras se giraba lentamente. Y después de hacerlo se arrepintió de inmediato. Ahí estaba, tan altanero como el día anterior... y tan perfecto. "Saca de tus pensamientos a este tipo, Usagi. Olvídate, olvídate", se repitió a sí misma como un mantra.

—¡Ey! ¿Acaso no es el arrogante de ayer? —le respondió con sorna.
—¿Arrogante yo? —le preguntó haciéndose el ofendido—. Para tu información, me llamo Mamoru, aunque no creo que después lo recuerdes, Cabeza de chorlito.
—¡Ah! ¡Qué desagradable eres! Deja de llamarme así, mi nombre es Usagi, ¡Usagi! —le gritó indignada. Ese sujeto la estaba sacando de quicio, pero a la vez, era extrañamente entretenido tener esa charla con él, si se le pudiera llamar charla a eso.
—Está bien —dijo en tono conciliador, mirándola directamente con sus hermosos e hipnotizantes ojos azules—. Nos vemos mañana, Cabeza de chorlito —finalizó entre risas, retomando su camino.
—¿Mañana? —repitió meditativa, hasta que salió del trance en que la había dejado—. ¡Te dije que es Usagi!

"¿Que se ha creído? ¿Por qué insiste en molestarme? En verdad es un arrogante, un engreído, un... un...", pensó hasta quedarse sin apelativos ofensivos. De todas formas, esperaba calmar sus latidos pronto, ya que toda esa situación había acelerado sus pulsaciones, no sabía si de rabia o de nerviosismo.

Demoró unos quince minutos más en llegar al Instituto y, a pesar del impasse que había tenido, llegaba a buena hora para ejecutar su plan perfectamente ideado. Entró a su salón, se sentó en su puesto y esperó ansiosa a que llegará él... su adorada estrella. Le había pedido a su mamá que le preparara un desayuno típico japonés y después de guardarlo en una cajita especial, lo tenía listo para regalárselo a Seiya. De esa forma se ganaría muchos puntos con él. Debía aprovechar cualquier circunstancia, ya que no cualquiera tenía la oportunidad de ella.

Divagando entretenida en todos los escenarios posibles de cómo sería una relación amorosa con su estrella, olvidó por completo donde se encontraba. Comenzó a sonreír y sonrojarse debido a su productiva imaginación, hasta que una voz muy conocida le habló.

—Hola, Bombón —la saludó.
Saliendo de su ensueño, al fin pudo ver a aquel que ocupaba sus pensamientos. Tan real, tan apuesto, tan amable.
—¡Hola! —contestó emocionada. Sus hermosos ojos celestes brillaban y sus mejillas se adornaban de un tono rosa, mientras sus labios se curvaban en una bella sonrisa, detalles que dejaron sin aliento al joven.

Él era una estrella de la música, un artista conocido, alguien a quien no le faltaba y no se le prohibía nada. Todo lo que quería, eso tenía. Y en ese momento supo que la quería a ella, su compañera de clases.

—¿Cómo estás, Bombón? —preguntó interesado, al verla abrazar con fuerza una cajita.
—Bien, ahora estoy muy bien —contestó feliz. A él su alegría le parecía tan contagiosa que empezó a sonreír muy animado.
—¿Ahora? —inquirió.
—Sí, ahora que tú estás aquí y no ese petulante —reveló sin siquiera darse cuenta hasta que notó la cara confusa de él y se percató de su error—. Perdón, es alguien que no importa. ¡Mira! Te traje algo de comer, por si no alcanzaste a desayunar. Y eso lo llevó al cielo.

Si deseaba la comida más costosa de toda la ciudad, le bastaba una sola llamada y la tendría en cuestión de minutos. Pero, ese desayuno no cualquiera lo tendría, era sólo suyo. Y ella se lo estaba obsequiando. De alguna forma inexplicable, sentía que era el más afortunado del mundo en ese momento, junto a ella, su simple pero hermosa compañera de salón, Usagi.

Continuará...

¿Quién es mi amor verdadero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora