Ojos azules

621 67 5
                                    

Esa vez viajaron a Kyoto para celebrar el año nuevo. La empresa donde trabajaba su padre daría una fiesta tradicional a la que asistirían como familia y los cuatro estaban muy emocionados. Nunca habían ido a una celebración así, por lo que tuvieron que recorrer las tiendas de la ciudad en busca de kimonos de seda para arrendar. Las máscaras las comprarían más tarde, para que hicieran juego con sus trajes tradicionales.

La tienda que escogieron después de mucho caminar era enorme, llena de trajes, colores, abanicos, sandalias y sombrillas. Usagi quedó fascinada con un kimono blanco adornado con hermosas flores doradas que caían por la tela y su padre lo arrendó encantado para ella. Después de todo ya tenía 14 años y se estaba convirtiendo en toda una señorita.

Su transformación fue radical. La peluquera tomó su dorado cabello en bellas trenzas que surcaban su cabeza, entrelazadas con delicados adornos de flores. La máscara que compró dejaba apreciar el celeste de sus ojos, sin revelar sus facciones. Se sentía toda una princesa en un cuento de hadas.

Caminaba entre los invitados, buscando algo que hacer, cuando chocó con alguien sin querer. Al verlo de frente notó que era un joven alto de cabello negro y, a pesar de que su máscara no dejaba ver bien su rostro, sus intensos ojos azules la dejaron atrapada. Vestía un kimono de seda ceremonial azul marino con lazos blancos que lo hacían ver muy distinguido.

—Perdón —dijo casi en un susurro.
—No te preocupes. Hay mucha gente en este lugar, es por eso que cuesta caminar —le habló con voz tierna, como si quisiera consolarla.

Un silencio se formó entre ambos, ya que no sabían bien qué hacer después de aquel impasse. Nunca se habían visto, pero el destino los había juntado en aquella fiesta de forma casi mágica.

—¿Te gustaría recorrer la feria que está en el patio? Iba para allá antes de que chocáramos —la invitó el joven.
—E-Está bien —respondió.

Sentía que sus mejillas ardían cada vez que miraba esos ojos azules, pero necesitaba disfrutar aquel encuentro fortuito. A veces el amor se hallaba en los lugares menos esperados.

Salieron del tumulto para al fin respirar aire fresco. La noche estaba estrellada a pesar de estar iniciando invierno y la temperatura, aunque un poco fría, era agradable. Al menos eso impediría que sus mejillas se acaloraran más, pensó.

Como en cada festividad tradicional, los puestos de la feria ofrecían un sin fin de cosas. Jugaron a atrapar peces y a apuntarle al blanco, donde el joven ganó un bello peluche de conejo para ella. Cuando les dio hambre, compraron unos dulces que comieron sin descubrir sus rostros, tal como exigía el protocolo de la fiesta. Hablaron de temas sin importancia, sin revelar mucha información, pero también compartieron profundas reflexiones de la vida.

—¿Has escuchado la leyenda del Hilo Rojo? —preguntó el joven, sentado en una banca a orillas de la cima de un cerro, mientras observaban las luces de la ciudad bajo sus pies.
—¿El hilo rojo? No, creo que nunca.
—Cuenta la leyenda que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre las almas a aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y, cuando las encuentra, las ata con un hilo rojo para que no se pierdan. El hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. Ese hilo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper —explicó de forma pausada, mirándola a los ojos al final de su relato.

Sus iris azules parecieron iluminarse con la luz de la luna, haciéndose más intensos y brillantes, atrayéndola de un modo enigmático.

—Que bella leyenda —habló con voz queda, atrapada en su mirada, que parecía querer decirle algo más.

¿Quién es mi amor verdadero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora