Capítulo 3*

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Al salir el alba, Lizzie se encontraba en su habitación viendo hacia la ventana, era una mañana nublada y fría, había dejado de llover hacía poco, a pesar de los hermosos días que le habían precedido: parecía que solo era el reflejo de lo que Lizzie sentía en su corazón con la próxima partida de su esposo.

Darcy salió de su vestidor, caminó hacia su mujer, la abrazó cariñosamente por la espalda y puso la mano sobre su vientre, donde percibió algunas patadas de su pequeño, mientras Lizzie suspiraba confortada, recostándose en el hombro de su marido.

–Voy a echar mucho de menos sentir sus brincos –susurró Darcy.

–Yo voy a extrañar el cariño que me demuestras con todos tus detalles, la seguridad que me infundes al estar cerca de mí, sentir tu calor y tus besos sobre mi piel, tu aliento cuando me susurras al oído, tus hermosas palabras cuando me hablas de amor.

–Te escribiré todas las noches para decirte que te amo.

–Y yo estaré ansiosa de recibir noticias tuyas.

–Prométeme que vas a cuidarte y cuidarás de este pequeño y sus hermanos –instó con preocupación en el tono de voz, recordando el viaje que tuvo que hacer cuando esperaban a Frederic.

–Y tú prométeme que siempre estaré en tus pensamientos –dijo mientras se giraba para ver a su esposo.

–Desde que te conocí, has permanecido en ellos.

Darcy la besó sin querer separarse de su lado, deseando que el tiempo de su ausencia pasara tan rápido como aquel beso que quería hacer perdurar hasta su regreso, y luego se marchó.

Lizzie sintió un escalofrío cuando se cerró la puerta y suplicó a Dios que lo protegiera y lo regresara con bien. Se asomó nuevamente a la ventana y observó cómo su esposo se subía al carruaje y se alejaba, internándose en la neblina mientras caían nuevas gotas de lluvia, como las lágrimas que sentía derramar en su corazón. Caminó hacia el retrato de su marido que años atrás le había regalado, buscando un poco de consuelo en esa mirada que antes la había reanimado, pero ahora solo aumentaba su dolor.

Él se dirigía a su casa, donde había crecido y sus hijos habían nacido, donde ella había descubierto cualidades que él había mantenido ocultas cuando se vieron por primera vez, donde se habían casado y empezado a conocerse, el hogar donde se había sentido acogida y amada y donde había vivido innumerables alegrías, al que añoraba regresar, pero al que había renunciado temporalmente por la salud de su hijo.

Lizzie percibió el estómago revuelto y se dirigió al baño para desalojarlo, a pesar de la corteza de pan.

Seguramente si Darcy hubiera estado con ella, la habría acompañado para ayudarle a sostener con cariño su cabello mientras le decía algunas palabras de aliento para que se sintiera mejor, limpiando su rostro con un paño húmedo y tibio; la habría llevado en brazos a la cama y cobijado por unos minutos hasta que ella estuviera bien, mientras acariciaba su rostro y le daba un dulce beso en la frente. Pero esa mañana él ya no estaba y tenía que levantarse sola y así enfrentar la vida hasta su retorno.

Tomó un paño y lo mojó con un poco de agua, lo exprimió y se limpió el rostro sintiéndolo frío y áspero, como la soledad que había inundado su corazón tras haber transcurrido tan solo unos pocos minutos de su partida. Con desgana prendió la chimenea para calentar el agua de su baño, en tanto se imaginaba en lo que él estaría pensando en esos momentos, tal vez en las risas que habían disfrutado durante la cena o en los rostros llenos de júbilo de sus pequeños mientras eran columpiados por su padre, quizá en ese último beso que parecía no querer terminar y en todos los recuerdos que despertó de la noche anterior.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora